viernes, 30 de mayo de 2008

Los hombres estamos perdiendo fuelle.

A finales de la semana pasada mi mujer recibió una circular:
El Jueves 29 de mayo y aprovechando que los niños de 6º se van de acampada, hemos organizado una cena de madres... bla, bla, bla...
Ariadna acaba este año el 6º curso y, por lo tanto, mi mujer es una madre que no se perderá esta cena, por supuesto, se apunta a un bombardeo...
¡Flipo!
Chicos reflexionemos, estamos perdiendo mucho fuelle. Me siento discriminado por este tipo de acontecimientos, pero tengo que reconocer que ellas se lo montan muy bien y que nosotros somos más independientes. A menudo me ocurre que del grupo de matrimonios sólo quedan las esposas para celebrar algún aniversario. Sé de grupos que celebran actos similares asistiendo todos -padres y madres- pero entiendo que se hace difícil combinar canguro para todos.
Esta semana los hombres del tiempo la han vuelto a clavar, el anuncio de lluvias y tormentas han hecho posponer la acampada. Mi hija está muy fastidiada, ya que no ha caído ni una triste gota, yo creí que se posponía todo y mi esposa, ayer por la noche se fue... a la cena!?!
Claro, como era dentro de un restaurante no se mojarían...
¿Habrá otra cena de madres la semana que viene cuando sí vayan de acampada los niños?
¿Quí lo sá?



jueves, 29 de mayo de 2008

Los padres no somos perfectos.

El sábado 10 de mayo al mediodía mis hijos tenían que ensayar un baile en la escuela de danza de mi hija, Ariadna. Con motivo de la celebración anual de San Isidro el fin de semana siguiente, diversas tiendas y empresas del pueblo aprovechan para presentar las novedades de sus productos a modo de feria de muestras. Hace muchos años que mi madre y mi esposa participan y uno de los actos que despierta mayor interés en los visitantes es el desfile de modelos, que en la mayoría de los casos adquiere un alto grado de originalidad, coreografías que en ocasiones rozan una puesta en escena sublime.

El profesor de la escuela de danza era el encargado de coordinar la actuación, aparte de participar personalmente con una bailarina en uno de los cortes musicales.

Asistir a un ensayo donde mis hijos bailaban la misma canción me hizo caer en la cuenta de que el ser humano no es la máquina perfecta de la que en tantas ocasiones he oído hablar, por lo tanto los padres tampoco lo somos. Si así fuera los padres que tenemos dos hijos realizando la misma actividad al mismo tiempo habríamos evolucionado al estilo Pokemon y tendríamos la capacidad de destinar un ojo para cada hijo. Por no hablar de los que tienen tres hijos que precisarían de un tercer ojo -lo cual sería feo- y en cuanto a las familias a partir del cuarto hijo ya sería una bestialidad. No imagino a Carlota, madre de cuatro hijos, tres niños y una niña, que nacieron el mismo día -los "quatri" del camping de Sort- siguiendo una actividad de los cuatro al mismo tiempo ¡Menuda faena!


Se hace difícil contemplar a dos hijos al mismo tiempo y más cuando uno de ellos es un niño de casi ocho años que no ha tomado clases de danza y pone toda la voluntad con cierta gracia. Ariadna baila desde pequeña y ahora, con once años y medio, se lo toma en serio. Es entonces cuando me dispongo a registrar el momento en cámara de vídeo, para no perder detalle.

Hace unos cuatro años, mi hija participaba en uno de tantos festivales que se llevaban a cabo en el pabellón deportivo del pueblo. Las gradas estaban llenas de padres y madres de niñas -básicamente. Nosotros fuimos con Joel y como se aburría, molestaba a la gente de alrededor -lo que hacen los niños de cuatro años. Dejamos que fuera al final de las gradas, a un rincón donde no había casi nadie, de esta manera lo podríamos vigilar mientras la gente de nuestro lado podría respirar. La mayoría de progenitores mantenían su cámara en mano para registrar las coreografías preparadas a lo largo del curso.

En una de ellas bailaba Ariadna y nosotros la seguíamos ilusionados con la mirada a pesar de la distracción que suponía oír risas de la gente, hasta que desde atrás, unos amigos, Martí y Natalia, nos invitaron a mirar a nuestro hijo Joel. En su rincón, con un estilo heterodoxo y muy peculiar, seguía la canción mientras era objetivo de diversas cámaras de vídeo.

Seguro que a todos los que desviaron sus cámaras hacia mi hijo en vez de estar pendientes del espectáculo les hubiera ido bien tener ojos independientes, sobre todo cuando tienes que dar explicaciones a tu hija de porqué en medio de su actuación aparece bailando un mocoso rubito y travieso.

Con un par de ojos independientes ganaríamos como padres, pero perderíamos sex appeal, o quizás no, mirad al Dioni y su facilidad para ligar con brasileñas...

miércoles, 28 de mayo de 2008

Primeros pasos (Tenerife).

Este escrito es la continuación de:
Volando del nido (hacia Tenerife).


El mismo día que llegamos al puerto de Santa Cruz de Tenerife nos dirigimos a ver a Antonia, la amiga de mis suegros que tenía que darnos trabajo. Ella era una barcelonesa que marchó a Tenerife de joven y se quedó para siempre.

Me tocaba renovar el DNI y como todavía no teníamos lugar donde vivir nos empadronamos en su casa, una dirección bastante fácil: calle Belisario Guimerá del Castillo Valero, intentar escribir esto en la casilla correspondiente de un DNI de los viejos es más difícil que firmar dentro del recuadro que te daban, fue sorprendente la habilidad del funcionario de turno que, haciendo gala de una capacidad de síntesis brutal, plantó en mi nuevo DNI una cosa parecida a eso: Bel. Guim. del Cast. Val. y con eso ya se apañaría la policía para encontrarme si me buscaba -el mismo funcionario también cambió el nombre de la ciudad donde nací, Granollers, por uno curioso: Granowers, aunque fuera normal que no entendiera, ya que lo escribí en mayúsculas y en catalán... mea culpa.
Ya teníamos ganas de empezar a trabajar y demostrar que estábamos preparados para afrontar el reto de una nueva vida en común.
Qué sorpresa fue llegar a Santa Cruz y descubrir que Doña Antonia -como se dice allá- que tantos problemas tenía para sacar adelante la pizzería, la tienda de ropa de enfrente y el centro de estética del piso, ya había solucionado gran parte de ellos gracias a su hija menor, Yolanda -una chica de nuestra edad. La hermana mayor continuaba trabajando en una agencia de viajes y no tenía interes en trabajar para la madre.
Por un lado, ya tenía un encargado que la ayudaba en la pizzería y por el otro, Yolanda había empezado a estudiar estética y combinaba horarios con la madre para atender la tienda y el centro de estética. Supongo que el favor que teníamos que recibir se lo hicimos nosotros a aquella familia, porque gracias a nuestra llegada a la isla a la chica se le abrieron los ojos ante la posibilidad de quedarse estancada vendiendo piezas de ropa en la tiendecita.
Antonia nos invitó a comer en la pizzería y hablamos de cosas de familia -más bien de la suya- pero de trabajo nada, evasivas, yo me sentía decepcionado y confundido. Iba captando que no había trabajo para mí en aquel lugar. Afortunadamente la doña ya había contactado con una esteticista que necesitaba personal en su centro, pero estaba a más de setenta kilómetros de Santa Cruz, en Playa de las Américas.

Nuestra intención era buscar un sitio para vivir en Santa Cruz, la capital, pero en vista del éxito, aquella misma tarde recogimos las maletas que habíamos dejado en casa de la señora y nos marchamos hacia Los Cristianos, al piso que mis suegros habitaban en época de vacaciones, una vez acabada la temporada del restaurante de Roses.
Aquello no era lo que estaba previsto y fue un duro golpe, pero confiábamos en que saldríamos de esa.
Antes de marchar a Tenerife, preparé un As en mi manga: había contactado con unos amigos de mi madre que tenían en Llinars del Vallès una empresa distribuidora de antenas parabólicas y buscaban a alguien joven y de confianza para hacer de encargado de un almacén de distribución que pretendían montar en Tenerife. No querían un viejo zorro que pudiera sacar provecho extra y, según ellos mismos, yo era la mejor opción, eso me llenó de esperanza. En aquel tiempo, mientras la Península ya recibía algunas cadenas privadas, las islas sólo recibían los dos canales de Televisión Española. El inminente lanzamiento de un nuevo satélite -o algo parecido- que daría más luz a las Canarias auguraba un futuro prometedor en este sector.
Penélope y su currículum superaron la entrevista de trabajo sobradamente, no en vano tenía buenas referencias de la amiga de mis suegros y además había estudiado en una de las mejores academias de Barcelona, cuando vivía en nuestra casa.
Ella empezó a trabajar enseguida en el centro de estética entre Playa de las Américas y Los Cristianos, en una zona llamada El Camisón -sin comentarios- con Dorita, una asturiana muy agradable que pasaba de los treinta años, casada con Armando, un dentista también asturiano de edad similar que tenía consulta al otro lado de las Américas. Para nuestros ojos eran un matrimonio mayor si lo comparábamos con nuestra edad, veintidós.
A mí, como parado que era, me tocaba ir a hacer cola a la oficina del Inem de Granadilla de Abona a las seis de la mañana para poder realizar los trámites y gestiones que aquello requería, muy pesado, claro.
En una de las muchas colas que hice en la calle para sellar la cartilla del paro, desde la acera y a través de una ventana, se podía ver la tele del bar, donde curiosamente hacían el programa Digui-digui (curso de catalán) y me hizo mucha gracia ¡Incluso había quien lo miraba!
A veces cuando estaba en casa llamaba a la empresa de Llinars:
- Buenos días, querría hablar con David...
- ¿De parte?
- Soy Sergi M. de Tenerife.
- Un momento por favor ...
- ...
- Sí ¿David?
- Dime...
- ¿Cómo está el tema?
- Estamos esperando que lancen el nuevo satélite, ya hemos montado un almacén en Portugal y pronto iremos a montar otro a Japón... ya te llamaré cuando esté a punto.
- De acuerdo... -respondía yo prudente.
Iban pasando los días, las semanas y los meses, abrían nuevos almacenes de distribución, pero el satélite de los coj...nes que debía suministrar señal a las islas no lo ponían en marcha y yo me desesperaba...
Llamaba pocas veces por prudencia y porque la respuesta siempre era la misma, hasta que decidí no llamar nunca más y esperé a que llamaran ellos.
No sé si se llegó a lanzar el satélite de mierda, ni siquiera sé si hubo alguna vez un satélite, lo que sí sé es que nunca me llamaron, ni siquiera para comunicarme que no montarían nada en Tenerife, desde aquí: muchas gracias.



martes, 27 de mayo de 2008

Problemas domésticos II.

Continuación del escrito anterior.



Como parece que en un país de pandereta no puede haber tres sin cuatro, en honor a la pantomima de Eurovisión emulando a Chiquilicuatre -entrevistado en TVE por una señora o señorita con la misma peluca, pero puesta al revés- y sabiendo que en el anterior escrito sólo había citado tres apartados, aquí cuelgo el cuarto:
4 . A la persona que tenía que venir hoy martes a cuidar de nuestros hijos se le ha muerto un tío, algo sumamente delicado y del todo lamentable, la acompaño en el sentimiento de todo corazón. Penélope se ha encargado de los niños esta tarde.


viernes, 23 de mayo de 2008

Problemas domésticos.




  1. La chica que cuida de los niños y de la casa se toma tres semanas de vacaciones -respetable.


  2. La persona que debía sustituirla no lo puede hacer por problemas personales -respetable.


  3. La persona a la que hemos acudido en última instancia vendrá el martes -totalmente respetable.

Se nos viene mucho trabajo encima.

¡Hasta pronto!


miércoles, 21 de mayo de 2008

La lengua de burro no se come.

Entorno al año 1975.
En la planta baja del edificio donde vivimos está el garaje comunitario. Mi padre tiene una plaza de aparcamiento, es la más grande de todas y como está en un rincón, tiene una mesa con muchas herramientas, también tenemos unos cuantos trastos viejos que no caben en el lavadero de la azotea.
En el pequeño taller que tiene montado, mi padre hace ruido, utiliza herramientas, lima piezas, incluso ha tenido una idea muy buena: convertir una pieza de motocicleta en un cenicero, los mayores fuman y vierten la ceniza en ceniceros.
Mientras mi padre trastea en el tallercito deja la puerta grande de atrás abierta para poder tener más claridad. La oscuridad del garaje contrasta con la claridad de fuera y el gris con el verde de la hierba fresca del patio del abuela, aprovecho para salir a jugar.
Me distraigo con una mariposa amarilla que juega con las flores del patio y la observo maravillado, arranco una flor con la esperanza de que se pose encima y así la podré ver más de cerca, pero ella huye de donde estoy, se aleja imprevisible batiendo las alas de extraña manera, no lo hace como las golondrinas que a menudo observo desde la ventana del comedor de casa y se detienen en los nidos que han hecho en el convento de monjas de enfrente, su vuelo es desordenado, pero me gusta porque es gracioso. Con el brazo completamente estirado le muestro la flor, pero vuela por encima de mí hacia una altura inalcanzable para mis dedos y ahora marcha en dirección al patio de la carpintería de al lado.
A pesar de una valla que hay entre los dos patios puedo pasar al otro lado, nadie me verá, papá está demasiado ajetreado haciendo ruido en el garaje. Atravieso silencioso la valla por el hueco que hay entre el muro y el primer hilo metálico, creo tener espacio suficiente. Arrastro mis rodillas por el muro y el contacto es frío, llevo puestos unos pantalones cortos atados justo por debajo del ombligo y una camiseta. Al pasar me doy cuenta de que la camiseta se ha enganchado con uno de los nudos de alambre oxidado que cada hilo de la valla tiene. Me dejo caer al otro lado acompañado de un sonido de rasgón que olvidaría al momento si no fuera porque me ha dolido, tengo un rasguño en la espalda y no llego a posar mi mano para calmar la herida, me escuece un poco, pero me aguanto.
Todavía conservo la flor -que empieza a marchitarse- entre los dedos, a pesar que el tallo está caliente. El corazón me late con fuerza y siento una cierta desazón, debo estar haciendo una travesura, porque esto sólo me pasa cuando hago una.
En el patio de la carpintería se amontona madera de todo tipo, más bien vieja y húmeda. Ya he perdido de vista a la mariposa, pero da igual, enfrente de mi hay un burro que come hierba y está atado a un árbol. Me quedo quieto contemplando aquella bestia enorme, tiene largas orejas, más grandes que las de los conejos de casa de la yaya y me mira con sus enormes ojos negros. No me acerco por prudencia, sus dientes trituran la hierba con un fuerte sonido, como hacen los mayores cuando comen pan y me da respeto acercarme.
De vez en cuando alza su cabeza para mirarme y entonces la baja para arrancar más verdura. Durante bastante rato lo observo y me llama la atención su gran lengua que deja entrever en cada bocado que da. Por una extraña asociación infantil de ideas, aquella lengua gigantesca me recuerda a los pedazos de carne que hace mamá algunos días para cenar, hígado le llaman los mayores, pero ahora -después de este nuevo descubrimiento- estoy totalmente convencido de que no es hígado, es lengua de burro y la lengua de burro no se puede comer.
Comer lengua de burro es tocar con tu lengua la lengua del burro y eso me da asco, no quiero comer más lengua de burro. Si comes eso te puedes convertir en burro como en la película Pinocho, que vi en casa de la yaya, y no me gustó nada ver aquel muñeco de madera que se convierte en niño de verdad y lo cogen en un circo con otros niños y acaban todos convertidos en burritos. ¡No comeré más lengua de burro!
Y así fue que, entorno a los siete añitos, me planté y no hubo manera de que volviera a comer hígado... llamadme finolis.


viernes, 16 de mayo de 2008

De comentarios.

Cada día desde el uno de enero de este año dejo la puerta abierta de este rincón de mi mundo para visitantes conocidos y también desconocidos.

Todo el que pase por mi casa con buenas intenciones es bienvenido y además puede aprovechar para comentar sobre qué le ha parecido o si ha vivido alguna situación similar. Yo, como anfitrión, procuro tener el rincón limpio y aseado a fin de que los visitantes os encontréis a gusto y procuro responder a todos los comentarios. Creo que es una cuestión de educación, teniendo en cuenta que por responder a los comentarios no tienes que dejar de atender el blog, estaríamos buenos, la escritura te puede hacer perder la lectura, como dice mi madre (descuidar lo esencial para dejarse llevar por lo secundario) y si no escribes nadie te puede leer, esto es mío y de Perogrullo.

El miércoles 14 recibí este comentario de anna, una lectora a quien -creo- no tengo el gusto de conocer:
Hace tiempo que te sigo y hoy me he decidido a comentar, también me has hecho llorar, sufrimos en casa una situación similar y claro es muy duro. Gracias por escribir con este estilo sencillo y fácil de entender.

Mi reacción al recibirlo es de alegría y contesto:

Anna: Me alegra mucho recibir comentarios de gente que no conozco y lee el blog -también de la familia y amigos, claro. Entiendo que sea difícil dar el primer paso, pero si yo no quisiera recibir comentarios acerca de lo que escribo cerraría la opción y listos. Estoy abierto y encantado de atender comentarios, es un placer.

¡Salud!

Ayer jueves llegué de trabajar demasiado tarde a casa y además tenía dolor de cabeza, no había podido conectarme en todo el día. Después de afeitarme, ducharme -rápidamente para no gastar agua en exceso, claro-, cenar un pequeño bocadillo de longaniza con refresco de cola light sin cafeína mientras veía una entrevista a un político en la tele y tomar un sobrecito de ibuprofeno efervescente para la cabeza, repasé el blog y caí en que del comentario sólo me fijé en una parte, el hecho de una persona que hace tiempo que me sigue y hasta ahora no se había decidido a mostrarse.

Es una opción totalmente válida y lícita, visitas un blog personal como quien ve un culebrón en la tele, de forma anónima y así te quieres mantener.

Si no fuera por el contador de visitas no sabría el alcance del blog, sólo contaría con los comentarios de algunos miembros de la familia, de algunos amigos y de compañeros que también tienen blogs. Me gusta saber que hay más gente que lo lee, pero me halaga doblemente si encima lo demuestra.

El voto en Top Català es también una buena manera de reconocer que te gusta lo que lees y por eso quiero agradecer especialmente -y sin querer ser pesado- los clics que habéis hecho para votar este blog y que lo han llevado, a día de hoy, hasta el segundo lugar de las 25 páginas más votadas, me siento realmente feliz de poder contar con vuestro apoyo, a los que os conozco personalmente y a los lectores y lectoras como anna, una persona que sufrió un caso similar, que se sintió identificada hasta el punto de llorar y a quien personalmente quiero agradecer que se diera a conocer. Un beso.

En esta versión castellana del blog recibí un comentario el 4 de abril -en Lecturas curiosas y habituales- de una chica gallega -así firmaba- y también me hizo especial ilusión, porque aquí no hay muchos comentarios, es un fenómeno digno de estudio quizás... por ello también quiero homenajearla aquí:

Una chica gallega dijo...

Me he reído un montón, lo que dices es cierto, nunca pensé que a alguien se le ocurriera escribir sobre ello!! Me encanta tu blog, tienes un estilo muy especial escribiendo. Lo he descubierto hace poco y por casualidad. Aprovecho tambien para agradecerte que lo hayas traducido, yo soy de Galicia.

Un blog genial, gracias por compartir tus memorias o anécdotas con nosotros.

Yo contesté eufórico:

No sabes la ilusión que me hace publicar tu comentario. Me siento muy alagado por tus palabras, es una alegría que te guste mi blog. Escribo para mí, para la gente que me conoce y también para gente como tú.
Graciñas!

No he vuelto a saber de ella, quizás no era gallega y pensó que graciñas era un insulto... : )

Hay comentarios y hay felicitaciones como ésta que alguien escribió en la recopilación de dedicatorias de mi 40º. aniversario:

(Traducción: ¡¡¡Te quiero!!!)

Tengo que confesar que no tenía ni idea que Lucía Lapiedra fuera una actriz porno, al menos el nombre no es muy artístico, o quizás sí. ¿El nombre hace a la cosa?



miércoles, 14 de mayo de 2008

Volando del nido. (Hacia Tenerife)

Este escrito es la continuación de: La peor llamada recibida en el despacho.

A principios del mes de febrero de 1991 ya lo teníamos todo preparado para ir con Penélope a vivir a Tenerife. Iríamos en el coche de ella sin prisas durante unas doce horas hasta Cádiz donde embarcaríamos en el Ferry que dos días después nos dejaría en el puerto de Santa Cruz.
La decisión estaba tomada y era lo mejor que podíamos hacer, sobre todo por ella. Necesitaba un cambio de aires urgente.
Con sólo veintidós años había recibido un golpe durísimo, un latigazo impactante que la sacudió de manera violenta y le causó secuelas imborrables, había visto el cuerpo de su hermana Idoya dentro de un ataúd con abertura, a través de la cual todos los asistentes al cementerio podían contemplar compungidos el delicado rostro de aquella preciosa niña de diecinueve añitos.
Mi suegro había perdido el habla durante las horas previas, sólo la recuperó para dirigirse, a voz alzada, a la juventud que allí se congregaba:
-¡No, no lo cierre! -dijo al enterrador cuando cerraba el ataúd para introducirlo en el nicho.
-¡Que la vean todos! ¡Que vean la desgracia que traen las motos!
Sólo la voz temblorosa de mi suegro rompió el frío silencio del momento y la gente murmuró unos segundos mientras mi suegra, llorosa, lo tomó por el brazo para calmarlo. Se escuchó algún lamento ahogado en medio de la multitud.
El nicho quedó sellado con una lápida que pintó -con mucho dolor y sentimiento- un amigo de la familia, Joan C, un pintor con clara influencia daliniana que mantenía una gran relación de amistad con Idoya, relación que causó algún disgusto a la familia a pesar de ser de cariz fraternal. También era incomprendida porque él pasaba de largo los treinta años.
Yo mismo no lo entendí a mis dieciocho años, él era un pintor bohemio, hombre maduro, apuesto -según ellas- y diría que un poco sobrado. Tenía amistad con Penélope y sus hermanas, y yo, a ciento treinta kilómetros de distancia, sufría de unos celos insanos. Con las cosas más claras y tras alguna conversación mantenida con él, lo comprendí -que no quiere decir que lo aceptara.
Con los años maduramos y a día de hoy, considero a Joan C. como un pintor bohemio, maduro y apuesto -para la edad que tiene- y que, a pesar de continuar yendo un poco sobrado por la vida, mantiene una buena amistad con la familia de mi esposa y con nosotros.
El trágico accidente supuso un fuerte choque para toda la familia y provocó que mis suegros y mi cuñada Elma, la menor, se marcharan un tiempo a Tenerife -donde tenían una vivienda. En Roses no podían andar por la calle sin sufrir la crudeza del recuerdo constante de su hija. Los lugares que frecuentaba, la casa, la habitación, las fotografías, la ropa. La carretera de Roses a Castelló, aquella última curva que nunca más podríamos borrar de nuestra memoria...
Mis suegros, una vez allí y al cabo de un tiempo, hablaron de nosotros con una amiga de Santa Cruz que tenía problemas.
Esta amiga tenía dos hijas, una pizzería, una tienda de ropa y un centro de estética. Todo eso en la misma calle. Ella llevaba la pizzería y el centro de estética a ratos, la hija mayor no llevaba nada y trabajaba en una agencia de viajes y la pequeña se encargaba de la tienda. Ante la posibilidad de que Penélope se encargara del centro de estética -ya tenía la experiencia de esteticista en la peluquería de mi madre- y que yo me encargara de la pizzería -ya que tenía la experiencia del restaurante- nos convencieron de la necesidad de ir a vivir a Tenerife, así, también, cambiar de aires.
Dejé la agencia con facilidad, no me costó mucho dar el paso.
(Fragmento final de La peor llamada recibida en el despacho.)
Nosotros dos vivíamos en mi pueblo, alejados de Roses, a una distancia lo bastante considerable para no sufrir el ataque de los recuerdos, pero no lo suficiente e hicimos caso a la propuesta de ir a vivir a Tenerife, tomamos la determinación de marcharnos.


Días antes de abandonar el pueblo que siempre he llevado en el corazón, mi madre organizó una barbacoa en el jardín de casa a modo de despedida. Vinieron muchos amigos, incluso Carlos, cantante de los Trols, y yo acabamos estampándonos mutuamente un pedazo de tarta en la cara -teníamos sólo veintidós añitos y habíamos crecido viendo Los Payasos de la tele. Fue bastante emotivo, normalmente estas cosas ya lo son, ver a los amigos que dejarás atrás para marcharte a un lugar donde todo está por hacer y sólo nos tendremos el uno al otro en los momentos difíciles. Yo todavía me estaba desintoxicando del hábito de llevar corbata como se puede apreciar en la fotografía. Mi madre se encargó de reunir también a la familia entera para despedirnos.

Cargamos todas nuestras pertenencias dentro del opel corsa de Penélope y por la noche cada uno se fue a dormir a su habitación. Fue allí, en mi habitación de soltero, que tomé conciencia de que esa era la última noche que pasaría de soltero y eso me daba un poco de respeto. A partir del día siguiente, Sant Valentín del año 1991, ella y yo nos emanciparíamos definitivamente, seríamos pareja de hecho y sin papeles -sin casarnos, claro, pero viviendo juntos.

Nos despertó mi madre como tantas otras veces había hecho en la vida. No era necesario tener un utensilio llamado despertador, en casa ya teníamos a nuestra madre, despertadora infalible, además de amable.

Una dulce voz susurra en medio del silencio de primera hora de la mañana, se extiende como el aroma del café recien hecho desde la cocina a través del enorme hueco de la escalera y sube por los peldaños suavemente hasta las habitaciones de la casa rosa, luego se escurre por la puerta entreabierta de mi habitación y me acaricia las orejas:

-Seeergiii ...? Seeergiii ...?

Curiosamente, de los tres hermanos que estamos durmiendo en el piso de arriba soy el único que lo oye -quizás porque éste es mi nombre- aquella voz baja y prudente, la voz materna que me susurra que es hora de levantarme. Imagino que me ha preparado un vaso de leche con cacao y azúcar, no lo puede evitar.

-Ya vaaaa ... -respondo también con voz baja para no despertar a mis hermanos mientras me levanto de la cama. Entonces me desvelo y pienso en cosas ...

Pienso en cómo echaré de menos los desayunos en la cocina con mi madre, ella con su café con leche en vaso de cristal y el frescor de la mañana colandose por la puerta con el canto de los pájaros; pienso en la dulzura de mi madre, en tantas conversaciones abiertas y todas las confesiones, en la confianza plena, casi se lo he contado todo en la vida, desde la primera novia hasta la última, desde el primer cigarrillo al último; pienso que echaré de menos a mis hermanos, Marc y Natalia, a los amigos... -quizás alguien nos vendrá a ver de vez en cuando- también pienso en las perritas, Kira y Aki, que tanta compañía hacen aunque ocupen todo el sofá de la salita; pienso que echaré de menos esta vida, pero que empiezo una nueva con mi amada. Pienso en volar y procurar no caer al suelo en el primer intento.

Seguro que mi madre me ha preparado el vaso de leche, no hacía falta que lo hiciera, puedo hacerlo yo, pero ella se anticipa. Su hijo mayor se marcha de casa, pero, a su manera, yo todavía soy su niño pequeño, quizás quiere guardar este pequeño detalle en su memoria para siempre, como así lo quiero hacer yo ahora y escribiendo esto doy testimonio de ello.

Bajo a la cocina y mi madre está allí, lo tiene todo preparado como de costumbre, Penélope, que duerme en el piso de abajo, en la habitación de invitados -que es la suya desde hace tiempo- también se levanta perezosa, le cuesta mucho trabajo levantarse, a ella le gusta más la noche. Sus padres dudaron entre llamarla Samanta o Penélope, si yo tuviera que decidirme ahora la llamaría SoManta sin duda -dicho con todo el cariño del mundo, claro.

Mi madre está doblemente dolida, ha acogido a Penélope en casa como una hija más, así la ha tratado toda su vida. Desayunamos juntos sin hambre y con mariposas en el estómago. Debe de ser preocupante pensar que acaban de estallar las hostilidades de una guerra en el mundo y tu hijo toma la determinación de empezar una aventura como ésta con su novia.

Después de cargar el resto de cosas en el coche y escuchar la retahila de consejos y advertencias que hacen a menudo las madres como: sobre todo que vayamos con mucho cuidado en la carretera y también insiste en que si tenemos que volver porque alguna cosa no va bien, pues nada, volvemos y no pasa nada...

(Gelegenheit=del alemán: Ocasión, escogida a ojo para cuadrar la matrícula)

Con la puerta grande de salida a la calle abierta y el motor del corsa en marcha, mi madre nos reparte besos a ambos, tenemos los ojos llorosos y un nudo en el estómago, mi madre y yo nos fundimos en un largo y fuerte abrazo como el que años después repetiríamos ante la consulta veterinaria el día en que murió Kira, la primera perrita que tuvimos en la casa rosa.
Una vez dentro del coche y puesta la primera, saco el morro por la puerta y mi madre, desde la acera y pañuelo en mano, nos hace una foto y hace ademán para de poder salir. La silueta de mamá despidiendonos con la mano se va haciendo cada vez más pequeña en el retrovisor hasta que la pierdo de vista y ya iniciamos el vuelo en solitario hacia el nuevo nido.
Las primeras horas de viaje pasan como cuando te marchas de excursión o de vacaciones, pensando que volverás, pero más allá, reflexionas y sabes que no te vas por unos días, ni siquiera semanas, te vas para siempre.
Tenía una extraña mezcla de emociones, miedos, dejar el nido, lanzarnos a una aventura desconocida, interrogantes como:
¿Sabré hacer de encargado de una pizzería a Santa Cruz de Tenerife? ¿Sabrá ella llevar un centro de estética? ¿Sobreviviremos a la Guerra del Golfo que está en marcha? ¿Veremos o tendremos un accidente como le había dicho una vidente tarotista a mi madre? Si en un viaje tan largo en coche no ves un accidente ni lo tienes, una de dos: o eres ciego o no conduces por carreteras españolas.

Como era de esperar, en una curva de una carretera andaluza detuve el coche a diez metros de una furgoneta que acababa de sufrir un choque frontal con un camión. Dejé a Penélope dentro del coche y me acerqué. Ya había alguien allí, un hombre de un vehículo, el del camión y el hermano del conductor de la furgoneta, se acumulaban vehículos en la carretera e intentamos desmontar el asiento, pero fue imposible y allí mismo el hombre atrapado en el volante perdió el conocimiento entre los gritos de su hermano: ¡Mi hermano, mi hermano, se me muere ...!
Había testigos por allí y uno de ellos al ver nuestra matrícula de Gerona me preguntó, yo le expliqué adónde íbamos y para qué y me dijo que nos marcháramos, que allí no podíamos hacer nada y que ya había demasiada gente, se lo agradecí y continuamos el camino con la esperanza de que llegara la ambulancia a tiempo para salvarle la vida. Enseguida nos cruzamos con dos ambulancias.
Paramos a dormir a unos cuarenta kilómetros antes del puerto y al día siguiente zarpábamos hacia Tenerife.


viernes, 9 de mayo de 2008

Un libro para reír.

Soy un adicto oyente de radio. Hasta los veinticuatro años, cuando ponía la radio era sólo para escuchar música. Fue a partir de esa edad que un amigo, Jordi A, me recomendó que escuchara un programa que hacían en Radio Barcelona al mediodía, el programa se llamaba El Terrat (La Azotea) y los vecinos que lo habitaban eran Andreu Buenafuente y su equipo acompañados de una multitud de personajes que cobraban vida allá arriba con su particular sentido del humor que podríamos calificar de... ¿catalán? Sí, pero abierto.

Pocas han sido las veces en las que he sintonizado música en el dial desde aquel descubrimiento de hace dieciséis años. La historia de Buenafuente es conocida por la mayoría, fue dando saltitos, ahora aquí, ahora allí, ahora radio, ahora tele, ahora ambas, hasta que dio el salto a las españas mientras abrochaba y desabrochaba los botones de su chaqueta. No quiero hacer ninguna reseña más porque este escrito no va dedicado a El Terrat, tan sólo decir que, bajo mi modesta opinión, han exportado su humor con un elevado grado de éxito.
Un día mi esposa, conocedora de mi debilidad por el humor de los hermanos Marx y su peculiar visión de la vida, me regaló el libro: Groucho y Chico, abogados (el original era Flywheel, Shyster, and Flywheel) que trata de un bufete de abogados -como se puede deducir- que es un desastre. Groucho es Flywheel, un picapleitos follonero y Chico es Ravelli, su ayudante incompetente.
La lectura es muy amena y divertida, totalmente aconsejable a los incondicionales del humor. En muchas ocasiones me era bastante difícil leer y contener la risa a la vez, podréis pensar que soy de risa fácil... ; ) pero lo recomiendo para pasar un buen rato.


miércoles, 7 de mayo de 2008

Madrid-Barça y pasillo.


Hacer el pasillo no es una humillación para el equipo vencido, es una oportunidad para demostrar el savoir faire de la gente sensata, o mejor dicho, saber perder es preferible a no saber ganar. Al menos éstos son los valores que intento hacer entender a mi hijo de siete años, Joel, cuando va al entrenamiento del equipo de fútbol del pueblo.

El esperpéntico espectáculo ofrecido a la salida de una boca de metro cerca del Bernabeu, donde unos figurantes lucen la camiseta azulgrana -impuesta seguro- simulando el pasillo y aplaudiendo a los peatones que aparecen -algunos con una camiseta del R. Madrid prestada por los de la cadena de televisión madrileña- es lamentable, es una muestra de aquello que no se debe hacer, leña del árbol caído, feo, muy feo.

Felicitar al Campeón por la victoria y animar al no Campeón para el año próximo son buenas acciones a tomar. Haya paz y sentido común. Al fin y al cabo, no lo recordaremos por mucho tiempo, supongo...






martes, 6 de mayo de 2008

Pacto de Caballeros en el Collell.

En el año 1985 yo estudiaba en el Collell. Desayunábamos la semana entera mojando rebanadas de pan en una extraña mezcla de leche con algo parecido al café, de color marrón. Los desayunos no tenían mucho color hasta que llegaba la mañana de los viernes, donde casi todos disfrutaban de un croissant.
El primer día que tuvimos croissant para desayunar la sorpresa rompió con la monotonía de las mañanas precedentes y llenó de alegría las caras dormidas del alumnado. Con ojos brillantes cada uno tomó su joya.

Al tiempo que me zampaba el croissant mojado en el café, mi organismo lentamente lo iba rechazando, había algún ingrediente que no podía digerir bien, me sentaba mal y me provocaba un malestar en el pecho y en la cabeza: -qué cosas me pasan... -pensé- pero me lo comí. Estuve toda la mañana con la cabeza espesa y convencido que era debido al azúcar fino que cubría el croissant.
El siguiente viernes cogí de nuevo mi croissant, ya no era una joya para mí. Soplé con la intención de eliminar la mayor parte de cubierta dulce y sacudí con la yema de los dedos el resto. Sufrí los mismos síntomas. Decidido a no pasar más por aquella experiencia, puse en marcha la maquinaria del cerebro, oxidada quizás, y me pregunté:
-¿Cuál de mis compañeros de mesa es el que disfruta más de este desayuno? Sin duda Salvador C. -Lela o Lelo para los amigos- un gerundense amable, educado, responsable y, sobre todo, muy tranquilo.
-Cómo podía sacar provecho yo de aquella situación? Planteando un canje.
-De todo lo que comíamos en el Collell ¿Qué era lo que más me gustaba? El postre de los martes al mediodía: un donut.
La semana siguiente preparé la trama. Al llegar el martes al mediodía propuse un trato a Lela.
-Si tú me das el donut de los martes, yo te doy el croissant de los viernes.

Era simple, pero al mismo tiempo arriesgado para ambos: ¿Y si no volvían a poner croissant para desayunar? ¿Qué pasaría si quitaran de repente los donuts del martes?
Instantes más tarde me estaba zampando dos donuts y unos días más tarde él desayunaba croissants.
Este canje creó un pacto de caballeros entre nosotros, un vínculo casi matrimonial, mientras había alumnos que intentaban hacer lo mismo y no obtuvieron resultado, Lelo era el único del comedor que tenía dos croissants y yo dos donuts, hasta que se acabó el COU. El ritual era reconocido y respetado por todo el mundo y aquello me hacía sentir especial en esos días.
Siempre que he comido donuts he pensado en él, incluso cuando como algún croissant, que no son muchos, también me acuerdo.

Lela era tan peculiar que el año que alcanzaba la mayoría de edad -dieciocho años- reservó un rincón de la pizarra -normalmente la parte superior derecha- para anotar la cuenta atrás y cada día cambiaba la cifra ante la confusión de algunos profesores que veían invadida una pequeña porción de su territorio. Yo hice lo mismo un año más tarde para llenar el vacío que quedó al finalizar su cuenta atrás (la foto es del 14 de marzo de 1986, nueve días antes de mi mayoría de edad). Por eso me hizo gracia colgar una cuenta atrás antes de los cuarenta en mi blog.


Por cierto, hoy es su aniversario, debe hacer uno más que yo supongo y lo quiero felicitar por este motivo, además quiero agradecerle que aceptara el trueque que endulzó la monotonía del comedor del Collell.


-¡¡¡Felicidades Salvador!!!




domingo, 4 de mayo de 2008

Día de la Madre.

Mi madre: figura clave en mi biografía.

Veintidós años estuve a tu lado, tanto en las alegrías como en las adversidades y ahora hace diecisiete años que marché de casa, abandoné el nido para emanciparme e ir a vivir a Tenerife con Penélope, a la que siempre acogiste como a una hija.
Tanto allí como en Banyoles, en Roses y de regreso al pueblo después de un tiempo y hasta el día de hoy, me he sentido apoyado en todo momento. Esto ha significado mucho para mí y para mi esposa.
Mi bautizo, mi madre me tiene en sus brazos y yo me siento bien, un hecho que acompañará el resto de mi vida.

Los consejos que me diste desde pequeñito han hecho que creciera como la persona que ahora soy. Cuando en la peluquería del pisito atabas con un cordel mi pequeño mundo de bebé -el parque- a la ventana, con el fin de evitar que volcara conmigo dentro, aquel cordel era la prolongación de tus brazos protectores. Eso ha sido mi vida a tu lado, una metáfora de los brazos protectores.

Una vez oí decir que a cierta edad los padres tienen que dejar de ser padres para ser amigos, incluso había que hacer el ritual de decir a los padres que dejaban de serlo para convertirse en amigos. Estoy de acuerdo en que eso es incentivar a los hijos a que hagan su propia vida, pero uno puede hacer su vida manteniendo una buena relación familiar con los padres. Yo no quiero ser un amigo tuyo, quiero continuar siendo tu hijo, siempre.
No hace mucho recibí Mi otra mujer, una de tantas presentaciones que se envían por correo electrónico. Es una de las más tiernas que he recibido y me emocionó. Se refiere a la madre, al inicio juega con el doble sentido del título, pero rápidamente da la vuelta y advierte del riesgo que corremos de no poder estar a tiempo de decir cosas importantes en la vida como éstas...


Son todas esas cositas, tus detalles y la fuerza que has mostrado toda tu vida, a pesar de sacrificar tiempo familiar para poder echar p'alante, que me han ayudado a ser mejor persona. Por todo eso me siento tan orgulloso ser tu hijo, de ser el hijo de Elvira.

A ti, que me diste la vida y me lo diste todo.
A ti, que ponías tus brazos cuando me caía y siempre me has dado la seguridad para mirar hacia adelante.
A ti, a quien tantas veces he obviado decir te quiero con el convencimiento que se daba por hecho.
A ti y por que no quiero obviar ninguna oportunidad más en la vida para poderlo decir...

Te quiero.



viernes, 2 de mayo de 2008

Y el hombre regresó al árbol.

El retorno a los orígenes se materializó ayer mismo. Después de que el mono bajara del árbol para ser hombre según las teorías de la evolución humana, el hombre volvió a subir al árbol.
Ayer por la mañana fuimos de excursión a Canyamars, al Bosc Vertical (bosque vertical) ubicado dentro del Parque Natural del Montnegre - El Corredor. Éramos un grupo de seis matrimonios con sus respectivos hijos, en total: veintiocho almas ansiosas por disfrutar de una nueva aventura.
El Bosc Vertical es un pedacito de bosque que tiene la peculiaridad de hacerte pasear por diferentes recorridos, de árbol en árbol a través de cables, puentes, pasarelas, cilindros, tirolinas e incluso lianas a lo Tarzán que finalizan en una red a lo Spiderman. Similar en cuanto al concepto, y salvando las distancias, a una pista americana, pero a una altura considerable del suelo, en ocasiones a escasos metros de la copa de los pinos. En nuestro grupo había niños de edades dispares a partir de cuatro años y llevábamos bocadillos y bebidas para la zona de pic-nic.
Todos pasamos nuestra experiencia y cada uno escogió el recorrido más adecuado para sus posibilidades físicas. Me abstengo de dar mucha más información que para ello ya tienen su página donde está todo muy bien explicado, os la enlazo al final del escrito.
A los once años, los Reyes Magos regalaron a Edu una torre de GeyperMan desde donde salía un cordoncito que tenías que atar a algún mueble y servía para desplazar el muñeco a modo de tirolina. Un día jugando en el Patio de la Abuela encontramos el manillar de una bicicleta y la bombilla de nuestro contaminado cerebro se iluminó, aprovechamos para atar el extremo de una cuerda a un árbol y el otro en algún lugar un poco más bajo, Edu estrenó nuestra particular tirolina, cogió el manillar, lo montó en la cuerda y se deslizó por ella. Los primeros dos metros fueron bien ante el asombro de nuestros ojos y la incertidumbre de los de Edu, pero de repente la cuerda se soltó y Edu dió con su culo en el suelo con tanta mala suerte que su nuca topó con una piedra grande que había a medio camino. Quedó tendido en el suelo y nosotros nos acercamos asustados por la escena que acabábamos de presenciar. Por fortuna no fue nada grave, aparentemente, porque Edu siempre ha estado un poco volado -lo digo con todo el cariño del mundo y la gente que nos conoce ya lo sabe- pero aquello hizo que reprimiéramos, en parte, nuestro deseo de aventura. Y es que no teníamos al alcance un mundo como el que ayer disfrutamos en familia, de ser así quizás ahora estaríamos en alguna expedición por el mundo.
Salvado el follón de ordenar tanta gente a la hora de escoger recorrido, nos colocaron los arneses a todos y recibimos una lección por parte de uno de los monitores naranjitos que llevaba rastas en la cabeza. Lo digo así utilizando la misma palabra que él: Naranjito por la camiseta naranja que lucen. Después de la teoría viene la práctica y pasamos todos por el tubo, es vital estar en todo momento asegurado con el mosquetón o la polea, o los dos al mismo tiempo.

De los dos recorridos más difíciles que hay, escogí el recorrido Canopy, es menos físico y más impresionante en cuanto a la altura. Un poco más de una hora de paseo por el bosque sin pisar el suelo, a pesar de atajar en cuanto llegamos a la liana, nos impresionó demasiado incrustarnos en una red de cuerda y la sorteamos. La próxima vez -que la habrá- pienso ir a por todas ya que te sientes seguro en todo momento y llegas al punto que parece que te has dedicado toda la vida a trabajar colgado empalmando cables -como los de Telefónica.
De todos modos, cuando estás a un metro del suelo haciendo prácticas te da respeto, pero en una tirolina a veinte metros del suelo y las rocas tienes que estar muy seguro de lo que haces ¿No?
Debo decir que hay momentos de altura que impresionan, al menos en mi caso, ahora bien, si un escalador lee esto imagino que será como si yo le contara a Fernando Alonso mi experiencia con los Karts -lo escribiré en otro post.
Después de comer, los niños repitieron la experiencia y aproveché para hacer fotos y comprobar sus habilidades. Tengo que reconocer que Ariadna no me preocupaba mucho, es responsable y muy cuidadosa con lo que hace, el que me preocupaba más era Joel, alborotado y alocado iba desprendiéndose del mosquetón a unos cuatro metros sobre mi cabeza y había momentos de sufrimiento más propio de mi madre, pero también demostró, con casi ocho años, que lo tiene claro.
El Bosque Vertical es una experiencia totalmente recomendable a pequeños y mayores que no sufran vértigo. La aventura y las nuevas sensaciones son saludables, cambias tu punto de vista: de pasear por el bosque alzando a la cabeza para captar los rayos de sol entre las ramas pasas a contemplar la vegetación y las hojas del suelo a vista de pájaro. Si queréis ir mejor haced reserva previa, pinchad en el logo:

Una recomendación de última hora:
El calzado es importante, con unas zapatillas deportivas pasáis, pero será mejor que la suela sea lo suficiente gruesa para evitar notar en exceso el cable que pisas para ir de un árbol a otro en algunas ocasiones, es decir, si notáis las piedrecillas de un camino, usad otras y por cierto, si no queréis llegar a casa con los pies bífidos como la lengua de una serpiente, nunca llevéis chanclas!