Finalmente quedamos en que será azul, pero azul cielo, porque los muebles ya son azules. Compro la pintura con el color ya preparado de fábrica, una buena marca que garantiza una sola capa -menos trabajo.
Cuando Penélope empieza a pintar, vemos que es el color que ha escogido Ariadna: lila clarito -freno de mano, volantazo y chirrido de neumáticos:
¡Quietaaaaar! ¿Ahora qué hacemos? Cambio de planes... inesperado. Pintaremos la de Ariadna con ésta y la de Joel con un color más claro que el azul-cielo-que-parece-lila.
Con dos botes de ocre suave me presento en casa y mi mujer dice que no, que ya irá ella. Llega con gris claro que es... oscuro.
Cuando las cosas se tuercen y ya lo tienes casi todo a punto, ir a comprar pintura y escoger un color a fin de que te lo hagan es una paliza, porque a menudo la pintura que te colocan es de peor calidad -como fue el caso- y así, capa a capa, la habitación más pequeña se comió más de 10 kilos de pintura, cuando a la otra sólo le hizo falta la mitad.
Viernes, sábado y finalmente domingo por la noche acabé con la pintura. El lunes a buscar muebles, cargarlos y montarlos y el martes casi todo terminado. A todo ello, intenta hacer vida normal y cambia la hora de los relojes...
Basta decir que a las diez, máximo a las diez y media de la noche me iba a dormir... ¿y el blog? Sin ánimo para ni siquiera mirarlo.
Hoy quizás podré ir a dormir más tarde con el convencimiento de que hay cambios en nuestras vidas -al menos en las de nuestros hijos- y una anhelada vuelta a la normalidad.
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