martes, 6 de mayo de 2008

Pacto de Caballeros en el Collell.

En el año 1985 yo estudiaba en el Collell. Desayunábamos la semana entera mojando rebanadas de pan en una extraña mezcla de leche con algo parecido al café, de color marrón. Los desayunos no tenían mucho color hasta que llegaba la mañana de los viernes, donde casi todos disfrutaban de un croissant.
El primer día que tuvimos croissant para desayunar la sorpresa rompió con la monotonía de las mañanas precedentes y llenó de alegría las caras dormidas del alumnado. Con ojos brillantes cada uno tomó su joya.

Al tiempo que me zampaba el croissant mojado en el café, mi organismo lentamente lo iba rechazando, había algún ingrediente que no podía digerir bien, me sentaba mal y me provocaba un malestar en el pecho y en la cabeza: -qué cosas me pasan... -pensé- pero me lo comí. Estuve toda la mañana con la cabeza espesa y convencido que era debido al azúcar fino que cubría el croissant.
El siguiente viernes cogí de nuevo mi croissant, ya no era una joya para mí. Soplé con la intención de eliminar la mayor parte de cubierta dulce y sacudí con la yema de los dedos el resto. Sufrí los mismos síntomas. Decidido a no pasar más por aquella experiencia, puse en marcha la maquinaria del cerebro, oxidada quizás, y me pregunté:
-¿Cuál de mis compañeros de mesa es el que disfruta más de este desayuno? Sin duda Salvador C. -Lela o Lelo para los amigos- un gerundense amable, educado, responsable y, sobre todo, muy tranquilo.
-Cómo podía sacar provecho yo de aquella situación? Planteando un canje.
-De todo lo que comíamos en el Collell ¿Qué era lo que más me gustaba? El postre de los martes al mediodía: un donut.
La semana siguiente preparé la trama. Al llegar el martes al mediodía propuse un trato a Lela.
-Si tú me das el donut de los martes, yo te doy el croissant de los viernes.

Era simple, pero al mismo tiempo arriesgado para ambos: ¿Y si no volvían a poner croissant para desayunar? ¿Qué pasaría si quitaran de repente los donuts del martes?
Instantes más tarde me estaba zampando dos donuts y unos días más tarde él desayunaba croissants.
Este canje creó un pacto de caballeros entre nosotros, un vínculo casi matrimonial, mientras había alumnos que intentaban hacer lo mismo y no obtuvieron resultado, Lelo era el único del comedor que tenía dos croissants y yo dos donuts, hasta que se acabó el COU. El ritual era reconocido y respetado por todo el mundo y aquello me hacía sentir especial en esos días.
Siempre que he comido donuts he pensado en él, incluso cuando como algún croissant, que no son muchos, también me acuerdo.

Lela era tan peculiar que el año que alcanzaba la mayoría de edad -dieciocho años- reservó un rincón de la pizarra -normalmente la parte superior derecha- para anotar la cuenta atrás y cada día cambiaba la cifra ante la confusión de algunos profesores que veían invadida una pequeña porción de su territorio. Yo hice lo mismo un año más tarde para llenar el vacío que quedó al finalizar su cuenta atrás (la foto es del 14 de marzo de 1986, nueve días antes de mi mayoría de edad). Por eso me hizo gracia colgar una cuenta atrás antes de los cuarenta en mi blog.


Por cierto, hoy es su aniversario, debe hacer uno más que yo supongo y lo quiero felicitar por este motivo, además quiero agradecerle que aceptara el trueque que endulzó la monotonía del comedor del Collell.


-¡¡¡Felicidades Salvador!!!




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