Hoy es el día en el que suena la cancioncilla típica de San Fermín, aquello de: Uno de enero, dos de febrero...
A mí me sucedía un fenómeno extraño cuando la cantaba a los siete u ocho años:
Uno de enero, dos de febrero, tres de marzo, cuatro de abril, cinco de junio, seis de julio, siete de... ag... y aquí me quedaba con aquella cara que hace que la gente se ría de ti, las comisuras de los labios abajo, las cejas arriba y el dedo índice sobre los labios cerrados.
Todo el protagonismo de la escena lo tomaba ese dedito, frotando el lateral de la nariz, de allí lo pasaba por debajo de la misma -eso lo había visto hacer, en unos dibujos animados de la tele, a un chiquillo escuálido llamado Wickie el vikingo y después resolvía el enigma chasqueando los dedos mientras exclamaba: ¡Ya lo tengo! O una cosa parecida.
¡La culpa era de mi hermano pequeño y de mi padre!
Marc, mi hermano, había nacido un cinco de junio y eso provocaba mi equivocación, el número cinco ligado a un mes era en junio. Me daba cuenta del error también porque nuestro padre cumplía años el siete de julio, San Fermín, y eso no lo entendía, San Fermín era siempre el seis de julio cuando yo cantaba la canción de marras.
Eso me da pie a felicitar a mi padre también a través del blog:
¡Felicidades por tu cumpleaños, papa!
Seguro que esta foto -a pesar de que es de calidad horrible- no la tenías.
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