Tal día como hoy, hace unos veinticinco años, viví por primera vez en mi vida la muerte de cerca. Hasta entonces había tenido la suerte de vivir y no pensar en la muerte, pero aquel viernes 14 de enero, mucho antes de que sonara el timbre que nos despertaba cada mañana, yo ya estaba despierto tumbado en la litera de la habitación que compartía con unos once niños más en la escuela-internado Santa María del Collell, donde se rodó "Soldados de Salamina". No era habitual que me despertara temprano, normalmente apuraba el tiempo dentro de la cama hasta el límite, pero aquella mañana no.
Tuve una sensación extraña durante todo el día. Al llegar al pueblo y bajar del autocar, me estaba esperando mi hermano con la cara compungida:
-¿Qué haces aquí? le solté y él me respondió con los ojos llorosos de un niño de doce años:
-El abuelo Joan ha muerto...
Sin decir nada más echamos a correr hacia la casa de los abuelos y allí estaba todo el mundo, allí se vivía un drama...
El abuelo era joven, tan sólo 63 años. Era divertido, hacía muecas y tonterías, nos hacía reír y lo queríamos mucho, aunque también tenía su carácter, y fuerte.
Una vez con seis o siete años, yo había aprendido a escupir viendo a los mayores en la escuela y recuerdo que estaba en el patio de su casa y el abuelo me dijo que hiciera algo que no recuerdo, yo, enfadado con el abuelo, me preparé para escupirlo y antes que saliera nada de mis labios, ya tenía la marca de sus enormes dedos en la mejilla y me silbaba el oído.
Aprendí mucho de aquella experiencia, nunca he escupido nadie.
Aprendí mucho de aquella experiencia, nunca he escupido nadie.
El mismo día del entierro me prometí que dedicaría unos minutos cada noche a pensar en él sobretodo las noches de Sant Joan, abrazado a mi hermano, recordándolo al mirar las estrellas. Así lo hicimos siempre y todavía ahora por Sant Joan, cuando veo fuegos artificiales en el cielo con todo su colorido, pienso que si el abuelo está allá arriba se lo debe estar pasando muy bien.
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