Hoy, 8.30 h. de la mañana:
Tengo los ojos cerrados, el cuerpo reposado y estoy en la cama. Empiezo a moverme, a girar sobre mi cuerpo para hallar la postura que me permita dormir más.
A cada nueva posición que adopto, una nueva sensación de bienestar. El grifo que tengo en mi cerebro se empieza a abrir lentamente e inunda mi mente de pensamientos. Cuando el chorrillo se convierte en torrente, me levanto de la cama con la esperanza de recordar al menos uno. A menudo es imposible.
8.40 h. de la mañana:
Ariadna, que se levanta habitualmente la primera, está leyendo un libro tumbada en el sofá, detrás de mí. Empiezo a escribir de lo que siento a riesgo de ser reiterativo y pesado, querría publicar un escrito alegre que tengo guardado, un recorte de juventud, pero no me apetece y me dispongo hoy, nuevamente, a escribir sobre el sentimiento de soledad que me invade.
8.45 h. :
La gente que tiene animales domésticos podrá comprender el mal trago que estamos pasando. Tengo el cerebro ocupado y un nudo en el estómago, soledad, supongo que...
Ariadna me interrumpe: -Tienes razón, Papa...
Yo, paro máquinas: -¿En qué tengo razón?
Ariadna: - En eso que dices de sentirse solo, que aunque estamos nosotros, te sientes solo.
Yo, sorprendido: -Mmm... sí hija mía. Pienso: -Increíble, ¿me está leyendo el pensamiento?
Ariadna: -Que me encuentro sola, me he levantado y ella no está, ya no viene a saludarte. Antes no me pasaba nunca esto de sentirme sola, por las mañanas me sentía acompañada...
8.50h. :
Entra por la puerta Joel, con el cabello alborotado, los ojos entre cerrados y sin zapatillas, como siempre. Quiere ver dibujos, pero ayer no hizo los deberes y como hoy vienen a comer los padrinos de Ariadna -Pep y Mari con los niños, Laia y Roger- los tiene que hacer antes de que lleguen.
9.00 h.
Parece que poco a poco, la vida sigue y todo va volviendo a la normalidad.
Buenos días a todo el mundo.
(Foto de este verano pasado con Mari i Pep)
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