miércoles, 20 de febrero de 2008

Aprendiendo a trabajar

Cuántas veces de pequeño me había quedado embobado en el patio en casa de los abuelos mirando como el tío Paco removía cemento en un cuezo.
Sobre una especie de volcán de polvo gris vertía un cazo de agua e iniciaba la danza de la paleta, convertía la mezcla mágicamente en una masa homogénea. Qué arte tenía en tirar la pasta para tapar un agujero. Me gustaba especialmente el sonido de la pasta de cemento al salpicar la pared y ver cómo recogía el sobrante y lo volvía a tirar al cuezo, para aprovecharlo después. Iba alisando la superficie hasta que quedaba tapado, después había que esperar que secara.
El tío Paco es hijo de Sevilla e hijo adoptado de la Cataluña próspera. La piel morena le delata, es albañil. El bigote eterno de la familia, debajo del cual ha cantado a las rancheras más inverosímiles en las reuniones familiares. Es muy del Barça, pero también del Betis ¿O es del Sevilla? Nunca me acuerdo... bueno, es del Barça seguro.
Siempre le ha gustado contar chistes y hacer mucho cachondeo. Él suele dar sentido a las frases, no concibe decir tan sólo gracias, tiene que decir:
-Gracias majo, ¡que te la pique un escarabajo!
O bien cuando tenía que decir a algún sobrino que comiera, decía:
-Come y calla que tienes la cara como una toalla...
Él es la prueba palpable que todo andaluz lleva un poeta dentro.

Se casó con mi tía Juani, la hermana menor de mi madre -ahora intentamos llamarla Joana, pero nos cuesta.
La tía tiene un récord Guiness. De todo el mundo, es la mujer con la capacidad de dar más pellizcos y besos en la mejilla de un sobrino por minuto.
Cariñosa y guapísima, siempre amable y muy prudente. Es del tipo de mujer que está pendiente en todo momento de mostrar atenciones y, sobre todo, que no falte de nada. Incluso un verano en L'Escala, mi familia había alquilado la casa de unos amigos y mis hermanos y yo pasábamos las vacaciones allí con los tíos. Durante la semana nuestros padres estaban en el pueblo trabajando en la peluquería y nos cuidaban los tíos. Aquella noche se dieron cuenta de que no había nada para cenar, un descuido como otro y, sin ningún problema, nos zampamos un melón enorme entre todos y a dormir.
No sé porqué mamá se enfadó por aquello, nosotros lo pasamos muy bien, fue una cena diferente, original, aunque nos costara dormir aquella noche.

Ellos son los tíos con los que más relación hemos tenido. Sobre todo cuando vivíamos en la casa rosa. Allí la tía cuidaba de nosotros, de la ropa y de la casa y el tío hacía tareas de mantenimiento. No hace mucho pasé por delante y, aprovechando que entraban un coche, vi que la mesa de obra que el tío hizo en el jardín ya no estaba. Me dio mucha pena. Si aquello hubiera sido una escultura dudo que la hubieran derribado, o quizás sí, pero claro, aquella mesa sólo tenía significado para nosotros, para quien la hizo añicos sólo era un fastidio en medio de un espacio para aparcar.

Lo ayudé a hacer unos trabajos de pintor en casa donde descubrí, por primera vez en la vida, lo duro que es el trabajo. Hasta aquel momento el trabajo más duro que había hecho era el de jardinero en casa, tumbado en la hamaca mientras activaba el riego por aspersión del jardín.

También había dado lecciones de inglés a la hija de los propietarios del primer videoclub del pueblo, pero lo único que tenía de duro era levantarme de la cama hacia las diez menos cuarto, puesto que las clases empezaban a las diez, si no recuerdo mal.

Con este currículum estaba perfectamente preparado para ayudar al tío a pintar los postigos de madera de las ventanas de casa, la idea no me pareció nada mal, diría que hasta me atraía e incluso me hacía ilusión.

La ilusión se desvaneció tan pronto como el tío apareció con los utensilios y no había ni rastro de pinceles ni pintura. Me mostró una pistola de gas con la que quemaría a la vieja pintura verde y la iría retirando con una rasqueta. Una vez hecho esto había que pasarle papel de lija por todos y cada uno de aquel carajo de listones para que quedara listo para pintar.

Haciendo números rápidos, al menos había quince aberturas, entre ventanas y balcones, es decir unos treinta postigos, si cada postigo tenía unos veinte listones del carajo, suma una cifra aproximada a seiscientos listones para lijar, y además los marcos. Me entró el hambre de repente, me hubiera comido todas y cada una de las palabras que dije a mi madre, como que ayudaría al tío a pintar los postigos...

Por suerte, el tío me enseñó a coger el papel de lija de manera que en vez de pulirme los dedos, la mano y el brazo entero, iba puliendo los listones.

También él fue quien me hizo dejar de lado la maquinilla eléctrica de afeitar que me quemaba la piel del cuello, me enseñó a afeitarme con espuma y hojas de doble corte -ya no me quemaba, ahora me cortaba y dejaba mi cuello lleno de pequeñas banderitas del Japón hechas con pedacitos de papel higiénico.

No sería capaz de decir cuántos días estuve en el patio con el papel de lija en la mano rascando postigos, pero se me hizo eterno e incluso soñaba con ellos. Después de más de veinte años, los postigos continúan siendo de color marrón y juraría que nadie ha sido capaz nunca de pintarlos de nuevo, seguro que no hay presupuesto para pagar tanto trabajo.

Nos sacamos la licencia de conducción a la primera y juntos, la teórica. Él la práctica a la primera y yo la repetí porque me gustaba mucho conducir.

Éramos compañeros de fatigas y aquello de los postigos y esto del carné nos unió mucho, pero al mismo tiempo me separó un poco de mi hermano, que en aquel tiempo fue víctima de mi inconsciente impertinencia propia de la edad. Supongo que más llevado por el hecho que yo estrenaba carné de coche, y veía que mi hermano todavía era pequeño.

Tal vez busco excusas para no aceptar que me comporté como un imbécil durante un tiempo con mi hermano, pero reconozco que me porté mal. Este episodio quedó en el olvido quizás gracias a la intervención de mi madre, de la tía o del sentido común y el juicio que nos caracteriza a las personas. Soy afortunado por haber abierto los ojos en el pasado y me siento enormemente orgulloso de poder disfrutar de la compañía del tío Paco y de mi hermano en cada una de esas sobremesas de verano en casa de los tíos de Blanes.


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