Soy hombre y por ello, en condiciones normales, no encuentro lo que busco, como la mayoría. Me falta la atención necesaria que requieren algunas tareas compartidas del hogar.
A menudo los árboles no me dejan ver el bosque.
Remuevo cajones y no encuentro lo que busco.
-¿Dónde estará aquel jersey pálido con cremallera?
Miro en el armario donde se supone que debe estar y nada, no está. Abro cajones de uno en uno -soy ordenado- y tampoco. Me dirijo al lavadero con la inocente intención de que esté esperándome el jersey con las mangas abiertas para darme el tierno abrazo de los Teletubbies, pero no, tampoco está allí. Pienso... echo un vistazo por todas partes y finalmente me rindo.
Con los brazos caídos, pegados al cuerpo y la mirada perdida me dirijo torpemente hacia mi esposa:
-Cariño, estooo... una cosita sólo, aquel jersey pálido con cremallera... ¿No tendrás idea de dónde puede estar?
-¿Has mirado en el armario?
-Es el primer lugar donde he mirado.
-¿Seguro?
-Claro que sí.
-Tiene que estar allí.
-Sí, ya lo sé, pero no lo encuentro. Ahora viene cuando empieza a imitar a mi madre y la de muchos:
-¡No encontrarías agua en el mar!
Llegados a este punto ya está convencida que va a ir ella misma al armario.
Instantes más tarde, tal vez segundos...
-¿Ves como sí estaba en el armario?
Juro que no sé cómo lo hace, pero lo encuentra. Debajo de otro jersey, pero allí está metido el maldito jersey. ¡Qué facilidad que tienen las mujeres en encontrar cosas! A veces pienso que si en Estados Unidos, en vez de Bush estuviera mi mujer, al día siguiente hubieran encontrado a Bin Laden.
Sin ir más lejos, hoy mismo, a la hora de preparar la comida, ella preparaba la carne y yo tenía que hacer la ensalada. Odio hacer las ensaladas, hay demasiadas cosas que trocear y te tienes que mojar las manos a menudo, yo tengo las manos delicadas, resecas -alguien podrá pensar que soy exagerado y que son excusas, pero es cierto- y no me conviene el agua. Prefiero recoger la mesa después de comer.
En el momento en que ya he perdido todo el tiempo posible, ella se dispone a aceptar el trato y me pide que saque la lechuga de la nevera. Fácil, muy fácil. Abro la puerta de la nevera, echo un vistazo y nada, ni rastro de lechuga. ¡Parece que estoy buscando a Wally!
-No hay lechuga...
-¿Has mirado en el cajón?
Lo abro y ¡Sorpresa! Allí está escondido. ¡Esto es un complot!
-¿Esperas que te salte a la cara cuando abres la nevera?
Reímos juntos de mi ineptitud.
Mi esposa y yo nos conocimos hablando en castellano, estuvimos muchos años en los que ésta era nuestra lengua de comunicación en casa, pero con el tiempo ella fue hablando catalán, fue perdiendo la vergüenza hasta el punto de que, al nacer Ariadna, el catalán pasó a ser la lengua de casa.
Cuando vivíamos en Tenerife me tocaba hacer la compra a menudo. Un día hicimos la lista de un montón de cosas.
Cuando voy al supermercado compro a la alemana, es decir, estrictamente lo que hay a lista, sin improvisar. ¿Para qué correr riesgos innecesarios?
Compro lo que hay en la lista y voy tan pendiente de lo que leo, que a veces no presto atención al producto que cojo. Como los tomates que cogí aquel día. Eran para untar en el pan, pero era imposible sacar jugo de ellos, estaban duros como piedras y ella al tocarlos en casa me dijo:
-¿No has visto que en la lista ponía tomates maduros? ¡Estos están como piedras!
-Cariño, he comprado lo que ponía en la lista: los tomates más duros ¡Juro que eran los más duros de la sección de frutería!
Hace una semana tuve que volver al super a cambiar unos tomates de ensalada empaquetados que estaban podridos y un paquete de lechuga vieja, no me había fijado.
Estoy convencido que esta manera de hacer es hereditaria, mis hijos se emboban a menudo, pero tienen la excusa que son niños todavía. Esta tarde ha venido Roger, un amigo de Joel a casa un rato antes de ir al fútbol a entrenar. Cuando les he dejado en la acera para entrar en el campo y con la prisa habitual -llegábamos tarde- Roger ha salido disparado delante de mi hijo, pero en dirección opuesta a la puerta del campo, lo hemos llamado, ha girado de repente y en el giro se le ha caído una zapatilla de la mochila que llevaba abierta, la escena era cómica. Reímos mucho con él, es un claro exponente que la especie como yo tiene el futuro asegurado. Reconozco que soy un poco despistado con estas cosas, afortunadamente otras las hago bien.
A los hombres que leáis esto y que quede entre nosotros:
Que nuestras esposas no se enteren nunca de lo fácil que es arreglar un enchufe o colgar un cuadro o cambiar una bombilla...
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