viernes, 21 de marzo de 2008

Oido sin querer.

A veces oigo ruidos o conversaciones en la calle escudado tras la discreción que me proporciona la valla de arbustos del patio de casa y, la verdad, se dan situaciones curiosas.

No es que me siente en una silla a escuchar, que podría, sinó que se trata de meras coincidencias, ya que delante de casa pasa poca gente.
Pasa gente como:
El hombre que pasea a su perro y de repente se echa un pedo, y piensas: Podría esperar que pasara un coche para disimular ¿No?
Pero como la persona en cuestión se cree sola en la calle... y en realidad lo está. A veces hay pedos que necesitarían que pasara un trailer entero para disimular el sonido de trueno ametrallado.
También hay quien, justo después de soltarlo, arrastra los pies con la intención de que el ruido de los zapatos imite a la perfección el del pedo, pero no es lo mismo rozar la suela del zapato contra el suelo que expulsar gas haciendo vibrar las nalgas del culo.
La otra variante de éste sería la tos para tapar. Y tú piensas: Como el primero, ninguno.
A veces no hace falta llevar móvil para que los demás oigan una conversación privada, como el otro día, mis oidos, sin serlo, hicieron de fisgones.
Oigo que se acerca un grupito de gente por mi calle. Dos hombres y dos mujeres. Mi imaginación me dice que si los pudiera ver, pensaría que ellos hablan de cocina o de los hijos y ellas de fútbol o política, o a la inversa, no estoy seguro, tópicos típicos.
Deduzco que se trata de dos matrimonios que, a juzgar por sus voces y la manera de expresarse rondarían los sesenta años, pasean a media tarde, después de comer.
Ellos dos van delante y ellas unos metros por detrás, al más puro estilo japonés.
Dejo lo que estoy haciendo y permanezco inmóvil. No puedo verlos, ni siquiera lo intento, estoy detrás de la valla del patio de casa pensando que puede servir para un escrito en el blog.
Una vez pasan por delante de mí, el lugar justo dónde las palabras toman sentido y se pueden entender, escucho la conversación de ellos:

... pues a éste que te digo, Ricardo Corazón de León, lo coronaron rey de Inglaterra, pero aparte de eso, estaba por otras cosas, cosas así más como de mariconería, por que él era marica... si hasta se lió con su cuñado, al menos eso decían...
Instantes después, la de ellas:
... a mi marido le gusta mucho el rabo de toro, además le pongo una patata para chuparse los dedos... y la sopa de ajo me queda divina, pero lo que más el rabo de toro, le vuelve loco...
La conversación no me decepciona en absoluto, a pesar que me han echado por tierra tópicos típicos.
¿Son cosas mías o es que sólo hablaban de sexo?


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