miércoles, 16 de abril de 2008

Estornudo.

Siento un ligero picor dentro de mi nariz, unas cosquillas juguetonas que anuncian un posible y más que probable estornudo. Entre pastillas de jabón, maquinilla de afeitar, gorro de baño y otros utensilios empaquetaditos por cortesía del hotel donde estoy alojado, tomo el paquete de pañuelos de papel del cesto, convencido de que pronto lo necesitaré.
Salgo del baño y el cambio repentino de ambiente me provoca un cosquilleo que se desplaza a gran velocidad hacia la vertiente interna de la punta de mi nariz, que lentamente se alza hacia el techo de la habitación mientras los párpados caen perezosos y entreabro la boca. Todo está a punto para soltar un sonoro...
-Aaaaaa... chíssss!!!
... estornudo.
Soy lo suficiente maduro para evitar que salga algo de mi nariz, sólo un poco de aire, la mayor parte sale por la boca -al contrario que mi hijo, por eso pasa lo que pasa.
Ahora dispongo del tiempo y la calma suficiente para extraer uno de estos pañuelos y sonarme...
Bien -me digo- es uno de esos paquetes abre fácil, tan sólo me queda tirar del adhesivo y listos...

... ¡ups! qué cosa más extraña, parece que la función para la cual fue diseñado no le gusta... paso al método fuerza, ya que noto la nariz húmeda...

... Tiro y al parecer el punteado de la teórica abertura por donde hay que sacar los pañuelos de las narices tampoco está por la labor...
Por fin consigo mi objetivo, sonarme, y de repente pienso que quien me vea con este paquete pensará que soy un antisistema, una persona no conforme con las normas establecidas, un dejado que no sabe abrir un triste paquete de pañuelos de papel.

Doy gracias al creador de este invento. Como dicen en Castilla: A caballo regalado no le mires el dentado.

Las gracias por el diseño que impide leer la marca por culpa del adhesivo azul ya se las debe haber dado el dueño de la marca en cuestión, supongo.


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