martes, 15 de abril de 2008

Deportes de aventura en el Pallars.

Natàlia, mi hermana, se fue a vivir a la zona del Pallars unos cuantos años atrás con David, su pareja. Se encargaban del Restaurante de un camping, a unos cinco kilómetros de Sort. En una visita que les hicimos junto con mi hermano y su mujer en el año 2004, aprovechamos para hacer deportes de aventura. Ellas escogieron hacer parapente y nosotros rafting, de esta manera haríamos los turnos para cuidar de los niños y de los perros.

Yo había practicado rafting con Pep unas vacaciones en Boí Taüll, en 1999. Recuerdo la primera vez, me estrenaba y Pep ya era todo un veterano. Él tenía la experiencia de haberlo probado en otra ocasión antes, por lo tanto ya tenía mucha ventaja.

Madrugamos, era demasiado temprano para moverse en día de vacaciones, nos dirigimos al lugar donde se suponía que teníamos que prepararnos. No me podía quitar de la cabeza la sensación de inseguridad que me provoca la incertidumbre, había oído historias por boca del mismo Pep relatando la dificultad del rafting y yo me iba acongojando, pensaba en las atolondradas navegaciones que había sufrido en el mar ¿De veras había que aventurarse a hacer rafting?
Sí, tenía que superar el gafe que me perseguía encima de cosas que flotan, además mi suegro no andaba por ahí...
Llegados al punto de encuentro, en el Pont de Suert, nos enfundamos en unos trajes de neopreno desinfectados, por descontado, aunque no dejo de pensar en quién lo habrá llevado antes, si habrá sudado mucho o si se habrá meado dentro. Los trajes son muy ceñidos, una talla menos de la tuya, de este modo quedas lo bastante embuchado para dificultar tus movimientos y disminuir tu agilidad. Cuando te lo sacas, es un placer y debajo descubres que en vez de un bañador largo, llevas un acordeón de colorines. Una vez te lo has puesto, con enorme dificultad, es imposible sacártelo en una emergencia, para no tener problemas, tienes que ponértelo después de haber orinado, desayunado y cagado, como para ir a trabajar, al menos eso es lo que he oído siempre.

Mariposas en el estómago era lo que sentía, estaba entre emocionado y acongojado, aparte de disfrazado, claro. Con aquella pinta nos presentamos al mostrador de la empresa para acabar de atender explicaciones, pero, qué sorpresa nos llevamos cuando la chica nos comunica que los pescadores habían soltado truchas en el río para un concurso de pesca y que no habría la suficiente corriente de agua para el rafting...
¡Oooooooh! ¡Qué peeeenaaa!

Bien, pienso: me he mostrado sobradamente dispuesto a probarlo, mi autoestima queda bien alta ¡Si hasta me había puesto el casco!

Mientras barajaban la posibilidad de hacer un descenso por el río, fuimos a tomar algo, disfrazados, pero la alegría de no tener que arriesgarme me duró poco, un rato más tarde nos metieron en un todoterreno y carretera arriba.

Es una experiencia del todo recomendable, nos reímos mucho encima de la barca, nos acompañaban en la aventura dos chicos jóvenes, una chica y también dos valencianos tan corpulentos como nosotros además de la monitora, una chica sobrada de esas que van por la vida demostrando que están capacitadas, cuando nadie se lo pide -es algo que se le supone a una monitora- pero ella ponía el toque preciso de mala leche. En uno de los saltos de agua recibió un golpe de remo en la barbilla por parte de uno de los chicos, sin querer claro, pero aquello la puso todavía más de mala leche y nos hizo sudar la gota gorda.
Nuestra barca era la más pesada de todas en parte gracias a los valencianos, a Pep y a mí. Los de las otras barcas nos esperaban en una zona de agua calmada para volcar nuestra barca y hacernos caer al río -una broma como otra-, pero no pudieron y finalmente nos lanzamos nosotros mismos.
Con esta experiencia ya estaba sobradamente preparado para hacer el descenso con mi hermano, Jaumet y Jordi. Esta vez nadie quiso volcarnos la barca, pero en una parada técnica para tomar un refrigerio a medio camino, nos invitaron a lanzarnos desde un puente al río, bien, pensé, dos por uno al mismo precio: rafting y puenting.

Arriba en el puente, en hilera como si fuéramos a lanzarnos de un avión, recibíamos instrucciones para no hacernos daño. No dejaba de mirar a mis hijos y a mi esposa que estaban cerca del río para hacer fotos y me armaba de valor ¿Si todos lo hacen porqué no yo?

Unos cuatro metros debajo de nuestros pies, pasaba la fuerte corriente de agua y de vez en cuando alguna barca. Las órdenes eran claras: las manos en el casco, caer con los pies en un lugar determinado del agua y, tan pronto como sacáramos la cabeza, nadar hacia la orilla con mucha fuerza, simple.
Uno a uno se fueron lanzando, yo me quedé el último, para hacerme la idea. El monitor que te daba la orden de lanzarte iba gritando: -Ahora!
Me lanzo con los ojos cerrados y las manos en el casco. Los tres segundos que tardé en tocar el agua con los pies se me hicieron veinte, los cuatro metros veinticuatro, incluso hice un breve repaso de mi vida mientras pensaba: Ahora tocaré el agua, no todavía no, ahora sí, no todavía no, hasta que me zambullí con una sola idea en la cabeza: Nadar fuerte hacia la orilla.
Saco la cabeza del agua sin mirar siquiera y empiezo a batir los brazos luchando contra la corriente que me arrastra, pero en cuanto abro los ojos -entre esfuerzos- una barca me pasa por delante!?!
¿Dónde estoy?
¿Dónde se ha metido la orilla del río?
¿Cómo puede ser esto? ¿Porqué me tienen que pasar estas cosas?
Sin duda, tendré que hacer un esfuerzo extraordinario para llegar a la orilla.
La parte positiva es que no me estampé en la barca al tirarme del puente.
La próxima vez haré hidro-speed, después de dos veces ya he aburrido el rafting, no me motiva lo suficiente, necesito emociones más fuertes...
Aquella tarde las esposas iban a practicar parapente. La madre de David, Sílvia y Penélope, con monitores, claro, pero pegados a sus culos, qué confianza se debe tomar por las nubes, confianza que sólo se puede permitir a un bohemio argentino barbudo y más bien feúcho.
Nosotros fuimos con los niños y los perros a ver el descenso y aterrizaje que sería en un prado determinado a la hora concreta. Mientras esperábamos, de vez en cuando alzábamos la vista para ver si aparecían y poder hacer fotos. Reconozco que estaba nervioso, pesimista como soy, me imaginaba cómo sería la vida sin mi esposa, como tantas otras veces he hecho, pero no por que me dejara por un bohemio argentino barbudo monitor de parapente más bien feúcho, sino por que pasara una desgracia.

De repente alguien exclamó:
-¡Ya las veo!
Y todos levantamos la vista al cielo. Tres puntitos en el cielo que muy lentamente se acercaban haciendo de vez en cuando algún giro jugando con las corrientes de aire.
Con el corazón en un puño observo atentamente el cielo, no quiero perder detalle, pero alguien tira de mi camiseta, bajo la vista -mi cuello lo agradece- es Joel, mi hijo pequeño, que alza la mano y me muestra la esfera sedosa de un diente de león, de aquellos que soplas y esparce las semillas, para nosotros una lluvia divertida, para la planta continuidad, alegría para todos al fin y al cabo. Me agacho y le digo:

-Ésta es una planta mágica, pide un deseo y sopla, verás: que a mamá le vaya muy bien con el parapente... ¡Sopla!
Joel sopla y nada se mueve de sitio.
-¡Pero sopla fuerte! -le digo.
Nada.
-Más fueeeeerte! -lo animo.
Lo intenta tan fuerte que casi le salen los mocos por la nariz. Poseído por la desazón y la angustia de haber inventado aquella historia, me agarro a la mano de mi hijo y empiezo a soplar la puñetera cabellera blanca sin éxito, entonces nervioso decapito el chupa-chups de seda y provoco manualmente la lluvia deseada, mi hijo queda boquiabierto, lo tomo en brazos y esperamos que todo salga bien. Le doy unos besos y lo dejo en el suelo, quiere jugar, yo pienso: Estas mujeres... que no acaban de bajar...
Afortunadamente el aterrizaje fue bien, exceptuando la foto finish, que debido a que era tarde y la luz escasa, erré el objetivo, no se podía distinguir cuál de las tres era mi esposa y echándolo a suertes acabé haciendo la foto del aterrizaje a la madre de David.
Claro, como no habíamos quedado en que llevara un clavel en la boca para distinguirla...



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