La tradición marca que el padrino de la boda sea una persona próxima a los que se casan, le lleve el ramo a la novia y le recite un poema -si éste es de cosecha propia mucho mejor. Es la persona enviada por el novio para ir a buscar a la novia y acompañarla a la iglesia, o al lugar en el que espera impaciente el novio -a excepción de que el novio esté en un bar o en lugar peor.
Este honor me ha sido encargado en tres ocasiones en toda mi vida y las publicaré en fascículos, tres entregas esta semana para evitar que los escritos sean demasiado largos.
Leer o recitar en público es una situación difícil para la mayoría de mortales.
En el Collell, cuando tenía catorce años, debíamos preparar una conferencia y exponerla ante el resto de compañeros de clase, preparé la biografía del grupo Supertramp y me puse tan nervioso en la exposición como los demás compañeros.
Todo ello porque todavía no había recibido los sabios consejos de Zum, profesor de religión muy apreciado por los alumnos del Collell, silencioso y estrafalario, peculiar portador de una americana con un escudo universitario en la pechera al más puro estilo de un college inglés, quién decía que una cosa es ponerse nervioso, que es totalmente normal, y la otra es que en el momento de exponer algo en público, lo debes tener muy preparado, tienes que sostener alguna cosa entre las manos -se refería a un bolígrafo, no a tocamientos personales- y sobre todo, inspirar profundamente manteniendo los pies firmes en el suelo, separados ligeramente para encontrarte suficientemente equilibrado -pero no para iniciar ejercicios gimnásticos.
Estas premisas te proporcionan la seguridad necesaria para obtener éxito hablando en público, ahora bien, no puedes pasar por alto ninguno de los conceptos citados.
La primera vez que hice de padrino fue con Rosa. Se casaba con mi tío Toni, el hermano pequeño de mi madre. Sufrí mucho para confeccionar un poema adecuado, era la primera vez y ya se sabe, las primeras son las más difíciles. Poco a poco fui llenando la hoja en blanco, borrando un poco aquí y añadiendo un poco por allá, como un rompecabezas que al fin consigues completar.
El día de la boda Penélope me acompañó a casa de los padres de Rosa. No conocía a casi nadie y la familia de ella esperaba al joven padrino de diecisiete años, ramo y poema en mano.
Nervios a flor de piel, qué responsabilidad me había caído encima. Una cosa era tocar la guitarra encima de un escenario y cantar -con más pena que gloria y algún gallo incluido- y otra cosa era recitar unos versos en público.
Haciendo caso a los consejos de aquel profesor me lancé y creo que fue bastante bien.
Pido excusas a los cinéfilos por el título que he puesto al escrito, pero creo que está justificado. Para acabar de tocar las narices, diré que no he visto ninguna película del Padrino, mille escusi, ma io preferisco le pellicole umoristici, non desidero soffrire.
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