viernes, 11 de abril de 2008

Paseo en bicicleta.

Un domingo cualquiera de nuestra vida. El sol primaveral se alza majestuoso en un cielo azul con alguna tímida nube, se dibuja una postal de absoluta pulcritud, la temperatura es la idónea, ni frío ni calor.

Un bonito día para dar un paseo familiar en bicicleta, estampa idílica y saludable que tanto nos han vendido en anuncios, series y películas.

Nuestra generación creció viendo la serie Verano Azul de Mercero en tiernos veranos y la imagen del grupo en bicicleta quedó profundamente clavada en nuestras retinas.

Desayunamos a las diez y media mientras decidimos que daremos un paseo en bici, a las once y media nos vestimos y mientras Penélope se encarga de los niños yo preparo las bicicletas. Cuando Ariadna era pequeña, a veces la llevaba al jardín de infancia en una sillita sujetada a mi bici. De vuelta a casa le iba diciendo cosas como:

-¡Mira qué gatito! Con la finalidad de mantenerla despierta al menos hasta llegar.

A veces no respondía y yo sospechaba que se había dormido -sobre todo cuando sentía que apoyaba su frente en mis lumbares.

Si utilizas a menudo la bici sólo tienes que comprobar la presión de los neumáticos de vez en cuando, dos ruedas, pero hoy día, para ir a buscar pollos asados un domingo con toda la familia, debo:

Revisar las presiones de ocho ruedas, lo cual es un gran esfuerzo que reduce considerablemente mi capacidad motriz, pensaréis que soy exagerado, pero aparte de hinchar ruedas, tengo que alzar el asiento de mi hijo por que ha crecido, engrasar la cadena de la bici de mi hija, ajustar los frenos de todas las bicis, encontrar las llaves de los candados -que piensas ¿Para qué? Si no nos apartaremos de las bicicletas. También reajustar el sillín de mi esposa, ya que Ariadna a veces lo mueve, sacar el polvo de todos los sillines, engrasar la cadena de la bici de Joel... ¡Vaya! Casualmente acaba de llegar a mi vera para ayudarme y me dice:
-Papá, ¡No quiero las ruedecitas! ¿Cuándo me las sacarás?

Y yo, que no puedo evitarlo y jamás atiendo la hora en domingo, voy a buscar las herramientas necesarias. Es bueno que tu hijo quiera dar el salto de las cuatro a las dos ruedas, curiosamente deseará en un futuro hacerlo a la inversa, de la bici al coche -espero que pase de las motos.

Mientras aflojo tuercas lo envío a que se ponga el casco y las protecciones de codos y rodillas, nos espera un rato durillo.

-No sé dónde están -me dice.
-Pues búscalas, que dicen que quien busca, encuentra -contesto en tono paternal.
Instantes más tarde aparece con las manos vacías. No ha encontrado ni el casco ni las protecciones de patinaje. Estoy tentado de atarle un cubo a la cabeza y vendarle todo el cuerpo, pero eso no lo protegería suficiente, así que lo envío a casa de nuevo para que hable con su madre, que en ese momento discute con Ariadna sobre el modelito que tiene que llevar para ir a buscar los pollos...

Finalmente aparece cubierto con todo aquel menaje, parece ir a la guerra y me acuerdo del día en que aprendí a ir en bicicleta. Me protegían unos pantaloncitos excesivamente cortos, abrochados por encima del ombligo, unas sandalias de piel y una camiseta ceñida al cuerpo, ¡Ah! y para la cabeza, mi pelo, por delante los dientes y por los laterales, las orejas ¡Claro!

Tengo todo a punto, Joel en su bici, parece querer caer antes de pedalear, pero lo sostengo y le doy unos consejos básicos, sujeto con mi mano la parte posterior del sillín, él empieza a pedalear y yo corro a su lado. A los treinta metros dejo de sujetarlo, pero continúo corriendo a su lado, va solo y no se lo quiero decir todavía. A los cincuenta metros me detengo para tomar aire, resoplo y lo miro orgulloso, entonces grito:
-¡Muy bien hijo! ¡Vas tú solo!
¿Para qué le digo nada? La bici empieza a hacer zigzag y ambos caen al suelo.

Es la una del mediodía y Joel, cargado de protecciones, acaba de catar el manillar de su bicicleta con su barriga. Corro a su lado:

-¿Te has hecho daño?
-Un poquito -dice él.
-¡Anda vamos que no ha sido nada! Lo has hecho muy bien, has pedaleado solo desde allí hasta aquí, ¿Qué te parece? -él mira la distancia recorrida orgulloso, se queja un poco, pero no llora.
Lo va probando una y otra vez. Se cae, se levanta, se cae, se levanta, no se cae, no se cae, gira el manillar y se cae, claro, le falta saber dar el giro sin caer, pero ésta será otra lección. Son las dos menos cuarto, todavía no hemos ido a buscar los pollos y Penélope está de los nervios, amenaza con ir en coche a buscarlos ella misma. Vuelvo a colocar las ruedecitas a la bici de Joel, es demasiado pronto todavía para ir hasta el pueblo.
En el momento en que están todas las bicicletas a punto, me veo sudando como un cerdo, mis manos se asemejan a las del mecánico que acaba de cambiar el motor de un camión y me doy cuenta de que también me he ensuciado la camiseta, todavía no hemos salido de casa y ya debería ducharme y cambiarme entero. Me lavo las manos y la cara con agua fresca, cambio la camiseta por otra -ésta está para tirar, será irrecuperable en la lavadora.
A las dos del mediodía, bajo un sol de justicia, salimos toda la familia a buscar los pollos asados en bicicleta. No está muy lejos, tal vez haya un quilómetro de ida, cuesta abajo.
A medio camino, la cadena de la bici de Ariadna se sale de su sitio!?! Nos detenemos todos, observo a mi esposa que ya resopla mirando el reloj.
Arreglo la cadena, aconsejo a Ariadna que no manipule el cambio de piñón y con las manos sucias y grasientas de nuevo nos ponemos en marcha.
Tomamos un granizado de limón en una terraza del centro, de esos que te hielan el cerebro y te provocan un intenso dolor en la frente. Aprovecho para enjabonar mis manos en el aseo. Los niños insisten en la necesidad de encadenar las bicicletas, tu crees que no es necesario y ellos que sí.
La vuelta a casa para comer se hace muy larga. Es cuesta arriba y tenemos que detenernos más a menudo a esperar a los niños. Mi esposa está impaciente, tenemos hambre y el aroma del pollo sale del cesto que tiene justo delante, quizás está tentada de dejar la bici a un lado y sentarse a comer allí mismo, pero no estaría bien y ya queda poco camino para llegar.
Los últimos doscientos metros simulo que quiero atrapar a Joel para animarlo a ir más rápido. Con Ariadna ya no funciona este truco, ella recorre la distancia final caminando, no puede pedalear más, está muy cansada, yo también estoy cansado.
A cualquiera que le diga que he hecho dos quilómetros en bici y estoy cansado se reirá de mí. Comemos juntos, una siesta en el sofá y película para niños.
Eso de la estampa idílica de un paseo familiar en bicicleta es mentira, una falacia que se inventaron para hacernos creer en la alegre paternidad y nos enredaron. Como un bobo pensé que sería un día maravilloso, pero nos faltó el equipo de creativos de agencia de publicidad con operarios de decorado, técnicos de attrezzo, director de fotografía, cámaras y sobre todo un director de rodaje que dijera aquello de:
-¡Acción!
Las bicicletas quedaron guardadas en su lugar hasta la próxima.
Mejor dejar el ciclismo para cuando cada uno hinche sus propias... ruedas.


No hay comentarios: