El sábado 10 de mayo al mediodía mis hijos tenían que ensayar un baile en la escuela de danza de mi hija, Ariadna. Con motivo de la celebración anual de San Isidro el fin de semana siguiente, diversas tiendas y empresas del pueblo aprovechan para presentar las novedades de sus productos a modo de feria de muestras. Hace muchos años que mi madre y mi esposa participan y uno de los actos que despierta mayor interés en los visitantes es el desfile de modelos, que en la mayoría de los casos adquiere un alto grado de originalidad, coreografías que en ocasiones rozan una puesta en escena sublime.
El profesor de la escuela de danza era el encargado de coordinar la actuación, aparte de participar personalmente con una bailarina en uno de los cortes musicales.
Asistir a un ensayo donde mis hijos bailaban la misma canción me hizo caer en la cuenta de que el ser humano no es la máquina perfecta de la que en tantas ocasiones he oído hablar, por lo tanto los padres tampoco lo somos. Si así fuera los padres que tenemos dos hijos realizando la misma actividad al mismo tiempo habríamos evolucionado al estilo Pokemon y tendríamos la capacidad de destinar un ojo para cada hijo. Por no hablar de los que tienen tres hijos que precisarían de un tercer ojo -lo cual sería feo- y en cuanto a las familias a partir del cuarto hijo ya sería una bestialidad. No imagino a Carlota, madre de cuatro hijos, tres niños y una niña, que nacieron el mismo día -los "quatri" del camping de Sort- siguiendo una actividad de los cuatro al mismo tiempo ¡Menuda faena!
Se hace difícil contemplar a dos hijos al mismo tiempo y más cuando uno de ellos es un niño de casi ocho años que no ha tomado clases de danza y pone toda la voluntad con cierta gracia. Ariadna baila desde pequeña y ahora, con once años y medio, se lo toma en serio. Es entonces cuando me dispongo a registrar el momento en cámara de vídeo, para no perder detalle.
Hace unos cuatro años, mi hija participaba en uno de tantos festivales que se llevaban a cabo en el pabellón deportivo del pueblo. Las gradas estaban llenas de padres y madres de niñas -básicamente. Nosotros fuimos con Joel y como se aburría, molestaba a la gente de alrededor -lo que hacen los niños de cuatro años. Dejamos que fuera al final de las gradas, a un rincón donde no había casi nadie, de esta manera lo podríamos vigilar mientras la gente de nuestro lado podría respirar. La mayoría de progenitores mantenían su cámara en mano para registrar las coreografías preparadas a lo largo del curso.
En una de ellas bailaba Ariadna y nosotros la seguíamos ilusionados con la mirada a pesar de la distracción que suponía oír risas de la gente, hasta que desde atrás, unos amigos, Martí y Natalia, nos invitaron a mirar a nuestro hijo Joel. En su rincón, con un estilo heterodoxo y muy peculiar, seguía la canción mientras era objetivo de diversas cámaras de vídeo.
Seguro que a todos los que desviaron sus cámaras hacia mi hijo en vez de estar pendientes del espectáculo les hubiera ido bien tener ojos independientes, sobre todo cuando tienes que dar explicaciones a tu hija de porqué en medio de su actuación aparece bailando un mocoso rubito y travieso.
Con un par de ojos independientes ganaríamos como padres, pero perderíamos sex appeal, o quizás no, mirad al Dioni y su facilidad para ligar con brasileñas...
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