viernes, 20 de junio de 2008

Rasgaduras y harturas.

Todavía estoy indignado con todo eso de las colonias en L'Estartit de mi hija, pero no seguiré de momento.
Ayer terminaron el curso, que dices: podrían acabar bien, en viernes haciendo el paquetito entero y redondo... pues no. Esta mañana he podido estar con ellos, Ariadna tenía que ir a registrar un texto a la escuela -eso ya es un poco enfermizo, el día después de abandonar esta escuela para siempre y vuelve!?!- mientras ella estaba allí, Joel y yo hemos ido a comprar a un supermercado. Es difícil reprimir a un niño de ocho años entre los pasillos, sobre todo si la primera cosa que ve es un estante lleno de cromos diversos, entonces te pregunta como si no tuviera ni idea:
-¿Qué es esto? -para ver si pico y se lo compro...
-¿Cromos hijo, no lo ves? ¡Mira allí están las latas! -le digo y corre a cargarlas.
Afortunadamente ha olvidado los cromos y hemos continuado con la compra de lo necesario, esta vez me libro de comprarle unos cromos que no servirán para nada más que para acabar encima de uno de los estantes de su habitación.

En una repisa me he detenido a comprar dentífrico para mi esposa, curiosamente no estaba anotado en la lista, pero he pensado que le haría falta. Un poco más abajo Joel ha visto algo que siempre me pide, cabezales para cepillarse los dientes, de aquéllos eléctricos y entonces le instruyo diciendo que la mejor manera es la manual, que eso está hecho para gente con dificultades físicas y que bla, bla, bla, pero se lo he comprado porque ya tenemos un mango, que no utilizamos, en casa -quizás para compensar lo de los cromos. Me he arriesgado a pesar de desconocer si la marca de los cabezales era la misma que la del mango.
Recogemos a Ariadna, que está enfadada porque el compañero que tenía que registrar el texto con ella no se ha presentado, se le han pegado las sábanas, a las once de la mañana.
Una vez en casa me miro al espejo del recibidor y me veo bien, hoy me he puesto una de mis camisas preferidas, blanca con cuello tipo Mao y, además, he salido de casa con el segundo botón de arriba desabrochado -hacía calor. No soy amante de ir enseñando pechera, no me gusta mucho, pero hoy lo he hecho y no me he dado ni cuenta en toda la mañana. He ido hacia el baño a dejar los dentífricos y los cabezales, pero de camino, la manecilla de la puerta del pasillo decide frenar mi carrera al tiempo que oigo un fuerte ruido de rasgadura, me ha venido a la mente la imagen de un reactor que es ayudado a frenar por un paracaídas. Con cara de idiota miro hacia abajo y veo que el último botón de la camisa se ha rasgado, respiro aligerado, no hay para tanto, pero caray qué ruido ha hecho la camisa de marras.

(Foto: Vista cenital de la manecilla y el roto cerca del botón)

Como no me lo acabo de creer, reviso la camisa y ¡Oh! ¡Sorpresa! Enmudezco de golpe...

Quizás ahora tendré que recuperar la camisa azul...

Para redondear la faena, mientras yo alucinaba con el roto y hacía fotos para el blog -de recuerdo-, Joel le ha mostrado los cabezales del cepillo eléctrico a Ariadna, quien se ha apresurado a encontrar el mango y los ha abierto para probar... Evidentemente la marca no era la misma y ahora tenemos unos cabezales que no podemos devolver.

Con el mosqueo que llevaba por lo de la camisa y ahora esto de los cabezales, los he castigado a encerrarse en sus habitaciones, a no hacer nada y que la próxima vez pregunten antes de actuar -lo cual siempre les advierto.

La otra parte del castigo es encontrar a algún amigo que tenga un mango de la misma marca y conseguir venderle la moto... a los padres, de no ser así, les retiraré el importe de los cabezales de la hucha -la misma que lleno yo mismo religiosamente...

¿Soy demasiado duro? No lo sé, pero es una manera de empezar las vacaciones de verano poniendo en claro alguna norma.

(No sé por qué tengo la sensación de estar enrollándome demasiado en los escritos, pero no sé hacerlo de otra manera, disculpad si tomo demasiado de vuestro tiempo).

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