
-Y... ¿Cómo lo sabes tú eso?
-Porque lo sé... Os vi el año pasado que entrabais regalos.
-Sin embargo... tal vez los Reyes pararon un momento en la puerta y nosotros entrábamos los regalos que ellos nos daban. Además... ¿Y el tió?
-Vosotros metéis los regalos debajo, cuando vamos a calentar los palos.
-¿Y toda la comida que le ponemos para atiborrarlo?
-Os la coméis vosotros...
-Sí después de cenar, ¿No?
-No, se lo come Tora...
-Eso no puede ser, porque Tora no ha pasado todavía ninguna Navidad con nosotros, ésta será la primera...
-Pues a Nuska... ¡Se la dabais a Nuska!
-¡A Nuska no le gustaba la fruta! ¿Y qué me dices del ratoncito Pérez? (Yo era de los angelitos por tradición familiar, pero aquí ganaron la partida las tradiciones castellanas de mi mujer y que yo ya no estaba para angelitos)
-¡Ja! ¡Un ratón no puede cargar un regalo así de grande! -dice separando las manos unos cuarenta centímetros. (Ya advertí a mi mujer que no convenía alejarse de las tradiciones... unas monedas nuevas hubieran hecho el efecto deseado y, además, eran la mejor opción para meter algo debajo de la almohada).
Era nuestra última esperanza, la inocencia en estado puro ante nuestras narices se desvanecía como si nada... y ahora, caeremos en el materialismo más banal, el cálculo del precio de los juguetes y de la felicidad, la mezcla de sentimientos de orgullo y frustración que ataca de repente a quien descubre el truco que el mago realiza ante sus ojos.
Ahora tendremos que utilizar la imaginación para sorprender, tendremos que disfrutar de la Navidad con el convencimiento de que dentro de cada miembro de la familia habrá un duende travieso que encontrará una nueva manera de celebrar las fiestas... al menos éste es mi deseo.
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