miércoles, 14 de mayo de 2008

Volando del nido. (Hacia Tenerife)

Este escrito es la continuación de: La peor llamada recibida en el despacho.

A principios del mes de febrero de 1991 ya lo teníamos todo preparado para ir con Penélope a vivir a Tenerife. Iríamos en el coche de ella sin prisas durante unas doce horas hasta Cádiz donde embarcaríamos en el Ferry que dos días después nos dejaría en el puerto de Santa Cruz.
La decisión estaba tomada y era lo mejor que podíamos hacer, sobre todo por ella. Necesitaba un cambio de aires urgente.
Con sólo veintidós años había recibido un golpe durísimo, un latigazo impactante que la sacudió de manera violenta y le causó secuelas imborrables, había visto el cuerpo de su hermana Idoya dentro de un ataúd con abertura, a través de la cual todos los asistentes al cementerio podían contemplar compungidos el delicado rostro de aquella preciosa niña de diecinueve añitos.
Mi suegro había perdido el habla durante las horas previas, sólo la recuperó para dirigirse, a voz alzada, a la juventud que allí se congregaba:
-¡No, no lo cierre! -dijo al enterrador cuando cerraba el ataúd para introducirlo en el nicho.
-¡Que la vean todos! ¡Que vean la desgracia que traen las motos!
Sólo la voz temblorosa de mi suegro rompió el frío silencio del momento y la gente murmuró unos segundos mientras mi suegra, llorosa, lo tomó por el brazo para calmarlo. Se escuchó algún lamento ahogado en medio de la multitud.
El nicho quedó sellado con una lápida que pintó -con mucho dolor y sentimiento- un amigo de la familia, Joan C, un pintor con clara influencia daliniana que mantenía una gran relación de amistad con Idoya, relación que causó algún disgusto a la familia a pesar de ser de cariz fraternal. También era incomprendida porque él pasaba de largo los treinta años.
Yo mismo no lo entendí a mis dieciocho años, él era un pintor bohemio, hombre maduro, apuesto -según ellas- y diría que un poco sobrado. Tenía amistad con Penélope y sus hermanas, y yo, a ciento treinta kilómetros de distancia, sufría de unos celos insanos. Con las cosas más claras y tras alguna conversación mantenida con él, lo comprendí -que no quiere decir que lo aceptara.
Con los años maduramos y a día de hoy, considero a Joan C. como un pintor bohemio, maduro y apuesto -para la edad que tiene- y que, a pesar de continuar yendo un poco sobrado por la vida, mantiene una buena amistad con la familia de mi esposa y con nosotros.
El trágico accidente supuso un fuerte choque para toda la familia y provocó que mis suegros y mi cuñada Elma, la menor, se marcharan un tiempo a Tenerife -donde tenían una vivienda. En Roses no podían andar por la calle sin sufrir la crudeza del recuerdo constante de su hija. Los lugares que frecuentaba, la casa, la habitación, las fotografías, la ropa. La carretera de Roses a Castelló, aquella última curva que nunca más podríamos borrar de nuestra memoria...
Mis suegros, una vez allí y al cabo de un tiempo, hablaron de nosotros con una amiga de Santa Cruz que tenía problemas.
Esta amiga tenía dos hijas, una pizzería, una tienda de ropa y un centro de estética. Todo eso en la misma calle. Ella llevaba la pizzería y el centro de estética a ratos, la hija mayor no llevaba nada y trabajaba en una agencia de viajes y la pequeña se encargaba de la tienda. Ante la posibilidad de que Penélope se encargara del centro de estética -ya tenía la experiencia de esteticista en la peluquería de mi madre- y que yo me encargara de la pizzería -ya que tenía la experiencia del restaurante- nos convencieron de la necesidad de ir a vivir a Tenerife, así, también, cambiar de aires.
Dejé la agencia con facilidad, no me costó mucho dar el paso.
(Fragmento final de La peor llamada recibida en el despacho.)
Nosotros dos vivíamos en mi pueblo, alejados de Roses, a una distancia lo bastante considerable para no sufrir el ataque de los recuerdos, pero no lo suficiente e hicimos caso a la propuesta de ir a vivir a Tenerife, tomamos la determinación de marcharnos.


Días antes de abandonar el pueblo que siempre he llevado en el corazón, mi madre organizó una barbacoa en el jardín de casa a modo de despedida. Vinieron muchos amigos, incluso Carlos, cantante de los Trols, y yo acabamos estampándonos mutuamente un pedazo de tarta en la cara -teníamos sólo veintidós añitos y habíamos crecido viendo Los Payasos de la tele. Fue bastante emotivo, normalmente estas cosas ya lo son, ver a los amigos que dejarás atrás para marcharte a un lugar donde todo está por hacer y sólo nos tendremos el uno al otro en los momentos difíciles. Yo todavía me estaba desintoxicando del hábito de llevar corbata como se puede apreciar en la fotografía. Mi madre se encargó de reunir también a la familia entera para despedirnos.

Cargamos todas nuestras pertenencias dentro del opel corsa de Penélope y por la noche cada uno se fue a dormir a su habitación. Fue allí, en mi habitación de soltero, que tomé conciencia de que esa era la última noche que pasaría de soltero y eso me daba un poco de respeto. A partir del día siguiente, Sant Valentín del año 1991, ella y yo nos emanciparíamos definitivamente, seríamos pareja de hecho y sin papeles -sin casarnos, claro, pero viviendo juntos.

Nos despertó mi madre como tantas otras veces había hecho en la vida. No era necesario tener un utensilio llamado despertador, en casa ya teníamos a nuestra madre, despertadora infalible, además de amable.

Una dulce voz susurra en medio del silencio de primera hora de la mañana, se extiende como el aroma del café recien hecho desde la cocina a través del enorme hueco de la escalera y sube por los peldaños suavemente hasta las habitaciones de la casa rosa, luego se escurre por la puerta entreabierta de mi habitación y me acaricia las orejas:

-Seeergiii ...? Seeergiii ...?

Curiosamente, de los tres hermanos que estamos durmiendo en el piso de arriba soy el único que lo oye -quizás porque éste es mi nombre- aquella voz baja y prudente, la voz materna que me susurra que es hora de levantarme. Imagino que me ha preparado un vaso de leche con cacao y azúcar, no lo puede evitar.

-Ya vaaaa ... -respondo también con voz baja para no despertar a mis hermanos mientras me levanto de la cama. Entonces me desvelo y pienso en cosas ...

Pienso en cómo echaré de menos los desayunos en la cocina con mi madre, ella con su café con leche en vaso de cristal y el frescor de la mañana colandose por la puerta con el canto de los pájaros; pienso en la dulzura de mi madre, en tantas conversaciones abiertas y todas las confesiones, en la confianza plena, casi se lo he contado todo en la vida, desde la primera novia hasta la última, desde el primer cigarrillo al último; pienso que echaré de menos a mis hermanos, Marc y Natalia, a los amigos... -quizás alguien nos vendrá a ver de vez en cuando- también pienso en las perritas, Kira y Aki, que tanta compañía hacen aunque ocupen todo el sofá de la salita; pienso que echaré de menos esta vida, pero que empiezo una nueva con mi amada. Pienso en volar y procurar no caer al suelo en el primer intento.

Seguro que mi madre me ha preparado el vaso de leche, no hacía falta que lo hiciera, puedo hacerlo yo, pero ella se anticipa. Su hijo mayor se marcha de casa, pero, a su manera, yo todavía soy su niño pequeño, quizás quiere guardar este pequeño detalle en su memoria para siempre, como así lo quiero hacer yo ahora y escribiendo esto doy testimonio de ello.

Bajo a la cocina y mi madre está allí, lo tiene todo preparado como de costumbre, Penélope, que duerme en el piso de abajo, en la habitación de invitados -que es la suya desde hace tiempo- también se levanta perezosa, le cuesta mucho trabajo levantarse, a ella le gusta más la noche. Sus padres dudaron entre llamarla Samanta o Penélope, si yo tuviera que decidirme ahora la llamaría SoManta sin duda -dicho con todo el cariño del mundo, claro.

Mi madre está doblemente dolida, ha acogido a Penélope en casa como una hija más, así la ha tratado toda su vida. Desayunamos juntos sin hambre y con mariposas en el estómago. Debe de ser preocupante pensar que acaban de estallar las hostilidades de una guerra en el mundo y tu hijo toma la determinación de empezar una aventura como ésta con su novia.

Después de cargar el resto de cosas en el coche y escuchar la retahila de consejos y advertencias que hacen a menudo las madres como: sobre todo que vayamos con mucho cuidado en la carretera y también insiste en que si tenemos que volver porque alguna cosa no va bien, pues nada, volvemos y no pasa nada...

(Gelegenheit=del alemán: Ocasión, escogida a ojo para cuadrar la matrícula)

Con la puerta grande de salida a la calle abierta y el motor del corsa en marcha, mi madre nos reparte besos a ambos, tenemos los ojos llorosos y un nudo en el estómago, mi madre y yo nos fundimos en un largo y fuerte abrazo como el que años después repetiríamos ante la consulta veterinaria el día en que murió Kira, la primera perrita que tuvimos en la casa rosa.
Una vez dentro del coche y puesta la primera, saco el morro por la puerta y mi madre, desde la acera y pañuelo en mano, nos hace una foto y hace ademán para de poder salir. La silueta de mamá despidiendonos con la mano se va haciendo cada vez más pequeña en el retrovisor hasta que la pierdo de vista y ya iniciamos el vuelo en solitario hacia el nuevo nido.
Las primeras horas de viaje pasan como cuando te marchas de excursión o de vacaciones, pensando que volverás, pero más allá, reflexionas y sabes que no te vas por unos días, ni siquiera semanas, te vas para siempre.
Tenía una extraña mezcla de emociones, miedos, dejar el nido, lanzarnos a una aventura desconocida, interrogantes como:
¿Sabré hacer de encargado de una pizzería a Santa Cruz de Tenerife? ¿Sabrá ella llevar un centro de estética? ¿Sobreviviremos a la Guerra del Golfo que está en marcha? ¿Veremos o tendremos un accidente como le había dicho una vidente tarotista a mi madre? Si en un viaje tan largo en coche no ves un accidente ni lo tienes, una de dos: o eres ciego o no conduces por carreteras españolas.

Como era de esperar, en una curva de una carretera andaluza detuve el coche a diez metros de una furgoneta que acababa de sufrir un choque frontal con un camión. Dejé a Penélope dentro del coche y me acerqué. Ya había alguien allí, un hombre de un vehículo, el del camión y el hermano del conductor de la furgoneta, se acumulaban vehículos en la carretera e intentamos desmontar el asiento, pero fue imposible y allí mismo el hombre atrapado en el volante perdió el conocimiento entre los gritos de su hermano: ¡Mi hermano, mi hermano, se me muere ...!
Había testigos por allí y uno de ellos al ver nuestra matrícula de Gerona me preguntó, yo le expliqué adónde íbamos y para qué y me dijo que nos marcháramos, que allí no podíamos hacer nada y que ya había demasiada gente, se lo agradecí y continuamos el camino con la esperanza de que llegara la ambulancia a tiempo para salvarle la vida. Enseguida nos cruzamos con dos ambulancias.
Paramos a dormir a unos cuarenta kilómetros antes del puerto y al día siguiente zarpábamos hacia Tenerife.


8 comentarios:

Anónimo dijo...

Me pareció un relato conmovedor, este y el de la llamada que enlazas al inicio, escribes de una manera que cuesta dejar la lectura, crea adicción.
Me subscribí a tu blog el mismo día que lo descubrí, me parece muy bueno.
Felicidades por el blog.

Els del PiT dijo...

Almudena: Muchas gracias por tus comentarios, me siento alagado de saber que llego a gente como tú y no sé si podré soportarlo ; )
Yo mismo estoy suscrito a los blogs que visito para estar al día de lo nuevo que publican.
Saludos.

Anónimo dijo...

Esta ha tenido que ser una experiencia durisima. Nunca he pasado por algo asi, no me imagino lo duro que puede ser.
Sin embargo me he sentido muy identificada con la descripcion que has hecho del momento en el que os marchasteis para empezar vuestra vida en otra parte.

Yo tambien me marche hace ya siete años a Irlanda. Me ha recordado mucho tu historia a ese momento, el ultimo dia que sabes que estaras en casa, con tu familia, con tus amigos.
Aunque en mi caso me fui sola y por suerte conoci a mi marido aqui. Pero no hay dia que pase que no me acuerde de mi tierra y sueñe con volver.

Estoy de acuerdo con Almudena, tienes un don para escribir.
Gracias de nuevo por tus relatos.
Un saludo de "Graciñas".

Els del PiT dijo...

Graciñas:
Es una verdadera suerte que no hayas tenido que sufrir una situación similar al episodio que relato, no es recomendable y es muy dolorosa.
Así que todavía estás en Irlanda y sufres morriña... me gustaría poder escribir acerca del viaje que mi esposa y yo nunca hicimos a tu tierra, Galicia, tal vez algún día, bueno seguro, quiero decir, solo que nuestros hijos aguantan mal los viajes largos.
Gracias por vuestros comentarios!

Anónimo dijo...

De nuevo, Impresionante el relato y tu forma de expresar todo, increible, es cierto, no puedo dejar de leerte.

Muxus desde Donosti, ALicia.

P.D.La familia de mi madre es canaria, Santa Cruz de Tenerife es mi segunda tierra, por no decir la primera, me relaja mucho, quizas por el tipo de gente de allí, nose, me gusta mucho este blog:)

Els del PiT dijo...

Hola de nuevo ALicia!
Me alegra mucho saber que te encuentras bien aquí.
:-)
Así que tu familia materna es de Sta. Cruz de Tenerife, entiendo. A pesar de estar poco tiempo en la isla, llegué a adaptarme tanto que incluso no podían distinguir si yo había nacido allá o no... I es que se hace extraño que alguien te conteste a una pregunta en un supermercado con un dulce "sí dime, mi amor?". Realmente es otro mundo y me encanta, sólo el ritmo de vida (tranquilo) ya te predispone al sano aplatanamiento.

Por cierto:
Mi suegra es de Donosti (Tolosa-Hernani)
Muxus para ti también!
:-)
Sergi M. Rovira
(Aunque veas dos tipos en la foto de perfil, yo soy el que sólo muestra media cara, el otro es un abuelete que colabora conmigo...)

Anónimo dijo...

Jajaja! Si? de Donosti?? vaya! parece que no pero siempre alguien conoce a alguien de por aqui! jeje.

Si, lo de "Dime mi amor" y ese tipo de frases son mitiquisimas de alli! Pero a mi me encanta, no se cortan en nada...la mayoria, ya que habrá de todo, son encantadores, aunque la gente de mi edad (19) y mas peques, son mas raros que un perro verde, comparandolos con los de aqui de Donosti, pero bueno, me hacen mucha gracia, como visten (hoy en dia) como hablar con esa jerga mítica de alli, y todo en realidad, son otro mundo!!!

A mi me encanta ir, para mi es relajacion y mires donde mires está el mar, los amaneceres y atardeceres, las calurosas noches... aiiii Canarias...


Bueno, un muxutxu!! Voy a seguir leyendo!!

Cuidate:)
Alicia

Els del PiT dijo...

Alicia:
Uf, ahora te diría que no pisamos la isla desde el año 1996. Sí hemos estado en Lanzarote hace un par de veranos, pero prefiero Tenerife por muchas cosas. Parece ser que tu vas a menudo y ciertamente es envidiable.
(Sanamente hablando, claro...)

Bueno pues eso, que lo pases bien leyendo, mi casa es tu casa.
;-)