Manolo
Como cada noche, Manolo salía del bar donde había pasado la tarde entera tomando cervezas y discutiendo de economía con compañeros de barra. La crisis lo había dejado sin trabajo después de muchos años de trabajar en la construcción. Le costaba guiar sus pies de manera coordinada por la estrecha acera, de vez en cuando se detenía para tomar aire apoyado en alguna de las escasas papeleras. Sentía frustración, impotencia y rabia bajo la piel, se dibujaba totalmente prescindible en una sociedad que le había dado la espalda.
Encendió, refunfuñando y no sin dificultad, el único cigarrillo que le quedaba del paquete y, después de hacer una larga calada, aplastó el paquete con los dedos y lo tiró al suelo con tanta fuerza que el mechero le cayó. Incapaz de agacharse, escupió amargamente y continuó su camino a casa con fuego en el alma...
Sara
Como cada noche, Sara salía de la Biblioteca donde había pasado la tarde entera haciendo los deberes del Instituto, estudiando para un control que tenía al día siguiente. La crisis había dejado a su padre sin trabajo, era albañil y ahora la cosa pintaba mal. Estaba dispuesta a poner un poco de alegría en casa, últimamente sus padres discutían demasiado. Había quedado con su padre que ella haría la cena aquella noche, ya que su madre hacía unos días que había empezado a limpiar en el hospital, en turno de noche.
Sara caminaba ligera a pesar del peso de su mochila, tenía la esperanza de que su padre hubiera cumplido su promesa: beber sólo una cerveza, estaba ilusionada, quería demostrar su valía, demostrar que era responsable y mayor, había empezado a cursar en el Instituto y la vida se le mostraba nueva. Todavía era niña, pero tenía prisa por madurar. Sus pensamientos de niña mayor acompañaban sus ligeros pasos de camino a casa.
Carmen
Como cada noche desde hacía tres días, Carmen llegó al hospital dispuesta a hacer el trabajo encomendado de la mejor manera. Las referencias que había presentado eran bastante buenas, sólo tenía el cuerpo un poco oxidado, hacía unos cuantos años que no trabajaba. Su marido ganaba suficiente dinero haciendo casas y toda su ocupación había sido cuidar de él y de su hija. De la casa, sin embargo, no se hacía cargo ella. Era época de bonanza, había "contratado" a una chica boliviana, Lucinda, que se encargaba de todo: cocinar, limpiar, comprar y, además, recibir alguna bronca. Carmen aprovechaba para pasear las mañanas de mercado y diariamente desayunaba en el bar cerca de la escuela, donde tomaba unos cuantos cafés con otras madres mientras llenaban de humo el bar, la ropa y los pulmones. Ahora todo eso quedaba atrás, la crisis provocó un caos en su vida: Manolo no tenía trabajo e incluso unos clientes le debían mucho dinero, Sara había empezado las clases en el Instituto y ella ya no se veía con las demás madres, los desayunos con ellas se acabaron con la excusa del cambio de curso de las niñas. También se vio obligada a "despedir", sin indemnización, a Lucinda, ahora sería ella la que se encargara de todo.
...
Santiago
Como cada noche al salir del trabajo, Santiago, trabajador boliviano de la fábrica textil, tenía que ir a hacer "encargos sucios". Desde que a su esposa la habían despedido de su empleo de esclava para la esposa de un constructor, él tenía que hacer un montón de horas extra en la fábrica, además de hacer de repartidor para un traficante de drogas, él odiaba aquella manera de ganar dinero, pero lo necesitaba ahora más que nunca, tenía cinco bocas que alimentar. Aquella noche llevaba en el maletero del coche un paquete mayor de lo habitual. De repente, le sobrevino la sensación de que lo estaban siguiendo y para comprobarlo, giró el volante en seco cuando tuvo oportunidad y siguió calle abajo... efectivamente, el todoterreno que le seguía no era de fiar, lo volvió a probar de nuevo a mayor velocidad y el todoterreno aceleraba aún más. Nervioso, se dio cuenta de que llevaba demasiado tiempo mirando el retrovisor, cuando volvió la vista al frente ya era tarde, con manos sudorosas agarraba el volante con fuerza y su pie derecho pisó a fondo el pedal de freno, pero ya fue tarde. La chica que cruzaba el paso de peatones ya se había estrellado contra el parabrisas. Al salir del coche vio como el todoterreno daba media vuelta, tomaba la calle cuesta arriba y desaparecía en la noche. No podía llamar a nadie ni abandonarla allí en mitad de la calle. Recordaba que dos calles más abajo había un hospital, pero no podría quedarse, no tenía papeles ni licencia de conducción y, además, llevaba un paquete en el maletero demasiado peligroso para tener que dar explicaciones, eso sería su ruina...
Jordi
Como cada noche, el Dr. Oliveda se dirigía al hospital donde tenía que cumplir su turno de guardia. Aquella noche era diferente, estrenaba coche. Por fin había podido ahorrar el suficiente dinero de la entrada para poder comprar su capricho a plazos: un Audi TT cabrio de color negro. Había tenido muchas dudas a la hora de comprarlo, pensaba en la vergüenza que le daría que lo vieran allí dentro, pero no podía sacarse de la cabeza la imagen de aquellos turistas que invaden la costa en verano con coches descapotables. La imagen de una noche que ligó con una alemana en una discoteca de Lloret, él le dijo que era médico -todavía estaba estudiando- y se le acabó la noche cuando ella descubrió su viejo Ford Fiesta heredado. Más tarde la vio al lado de un tipo rubio dentro de un flamante Audi TT cabrio negro en el aparcamiento de la discoteca.
Este coche era más propio de un joven neurocirujano como él que el Ford Fiesta. Las cosas le iban muy bien, pronto disfrutaría del aumento de sueldo prometido por el jefe de departamento. Con la cabeza llena de sueños se dirigía al hospital para empezar su turno de guardia cuando recibió una llamada...
Enfermera de urgencias
-¿Dr. Oliveda?
-Sí, yo mismo...
-Dr. Oliveda... ¡Tenemos un problema! ¿Está llegando?
-Sí, pronto llegaré, estoy muy cerca...
-Han dejado en urgencias a una niña... la han atropellado, el chico que la traía ha dicho que iba a aparcar, pero no ha vuelto... no hemos podido tomar la matrícula... la niña... de unos doce años... tiene heridas por todas partes... y de la cabeza le brota sangre...
-¿Y el Dr. Font?!?
-El Dr. Font ha tenido que ausentarse minutos antes... una emergencia... un tema personal... un imprevisto, ahora ¡Estamos colapsados! No hay nadie que se pueda hacer cargo...
-¿Cómo?!? ¿Se ha marchado sin esperar que yo llegara?
-Ha dicho que sólo serían unos minutos antes del cambio de turno y que nada podría pasar...
Jordi
Pisó el acelerador a fondo, la vida de una niña estaba en grave peligro por culpa de dos ineptos... sentía el aire juguetón entre sus cabellos, pero ahora no disfrutaba de ello, estaba más preocupado en llegar a tiempo de salvar una vida. Llegando al cruce justo antes del hospital, un peatón se disponía a cruzar, un tipo bajito, pero robusto, sin cuello y con la cabeza cuadrada. Los neumáticos nuevos chirriaron provocando un susto en el peatón, que empezó a vociferar palabras ininteligibles con los brazos en alto. Jordi, apresurado, le advirtió desde su vehículo descapotado que fuera con cuidado, que allí no había paso de peatones y por ello no tenía preferencia.
Carmen
Limpiando por la recepción de urgencias...
-¿Dices que han abandonado a una chica en la entrada y se han marchado? ¡Desgraciados! ¿A dónde iremos a parar?...
-Tiene unos doce años ... -dijo a la compañera mientras empujaba el carro del trabajo.
-¡Ay madre! ¡Como mi Sara! -tomó el teléfono y marcó el móvil de su hija...
Del interior de un bolso, que le resultaba familiar, sobre la mesa del mostrador, sonaba la melodía de un móvil...
You got me begging you for mercy!...
-¡¡¡Saraaaa!!! -se echó a correr hacia el quirófano.
Manolo
Con toda la rabia acumulada, las frustraciones y el alcohol llenando el interior de sus venas exclamó:
-¡Tú! ¡Media mierda con tu cochazo! ¿Te crees que puedes pisarme? ¡Los peatones siempre tienen la preferencia!
Se lanzó al cuello del chico con ambas manos y con un solo gesto reunió toda la fuerza para sacarlo de allí dentro como si fuera un muñequito. Mientras el joven pedía perdón y ponía excusas para no pelear, Manolo le daba puñetazos en el rostro hasta que cayó al suelo con la cara ensangrentada, después de tres o cuatro patadas, se sentó sobre el pecho del joven y continuó zurrándolo. Nadie presenciaba aquella atrocidad, sólo el motor del Audi TT, los puñetazos húmedos y la sangre que llenaba el asfalto.
Cada puñetazo que recibía el Dr. Oliveda... rebotaba en la cabeza de Sara... cada chispa de vida que se desprendía del médico, también se iba desprendiendo de su hija, la hija de un imbécil, que sin saberlo, iba cavando su propia tumba en vida, a puñetazos...
Privó a su hija de la única esperanza que tenía de sobrevivir. Arrancó la vida de un joven lleno de ilusión y esperanza. Dos pérdidas encadenadas por la fatalidad de una promesa incumplida.
Imbécil:
¿Tan difícil era mantener la promesa que hiciste a tu hija?
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Basado en una pequeña discusión que tuve en la calle con alguien a quien hubiera sido peligroso acercarle una cerilla encendida, pero que a pesar de todo me inspiró a hacer este post.
Ah! Todos los personajes son fruto de mi imaginación, cualquier parecido con la realidad es pura casualidad.
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